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domingo, 7 de diciembre de 2014

EDUCACIÓN VS INSTRUCCIÓN

Ensayo ¿Qué es educar?: Educación vs Instrucción ¿ENSAYO “QUÉ ES EDUCAR”? EDUCACIÓN VS INSTRUCCIÓN

 Educación e instrucción

¿términos contrapuestos o complementarios? 

Según la Real Academia Española educación es el acto de educar, es decir, desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos etc.; e instrucción es el acto de instruir, es decir, comunicar sistemáticamente ideas, conocimientos o doctrinas. Con esta primera aproximación queda claro que son dos términos opuestos; la instrucción se contrapone, como proceso, a la personalización y a la socialización. El educando es parte activa del proceso educativo mientras que el que se está instruyendo recibe y acumula conocimientos. Pero ello no quiere decir que no puedan complementarse dentro de nuestro contexto, la educación, ni dentro de las funciones a desempeñar por el profesor en las aulas.

Por su parte, aprendizaje, etimológicamente hablando, es un sustantivo derivado del verbo aprender, y éste, a su vez, del vocablo latino “aprendehere”, que significa “coger”, apuñar algo para que no se escape. Quien coge es el aprendiz, es decir, el educando. La importancia recae sobre el educando, mientras que en la educación recae sobre el educador. Este concepto de aprendizaje puede ser el eslabón que una instrucción y educación. Aprendizaje, teniendo en cuenta la definición de instrucción, no es una instrucción sino que es un descubrimiento: formación de conceptos y resolución de problemas. ¿Cuál sería, por tanto, la postura ideal a adquirir por parte del profesorado actual: educar, instruir o ambas cosas?

 Para intentar clarificar este asunto comencemos por ponernos en antecedentes. En la Antigua Grecia, tuvieron lugar distintos modos de paideia (ideal educativo griego), pero quizás el más relevante fue aquel que separó educación e instrucción. La educación recaía en manos de los pedagogos, personas que se encontraban dentro del ámbito familiar y cuya labor era la transmisión de valores morales y la formación del carácter e integridad moral del niño; mientras que la instrucción estaba en manos del maestro, intelectuales externos a la familia cuya función principal era transmitir conocimientos instrumentales y técnicos. Desde entonces la educación siempre fue superior a la instrucción hasta el siglo XVIII, con el nacimiento de la Enciclopedia, en el que los conocimientos geométricos tomaron relevancia y se intercambian los papeles, la instrucción pasa a estar en un primer plano en detrimento de la educación.

 Entonces ¿qué posición debe tomar el profesor, la de los griegos o la que ha reinado durante todo el siglo XX? El pedagogo Francisco Giner de los Ríos se posiciona en contra de la instrucción y escribe «Sigue nuestra enseñanza el impulso de las ideas reinantes. Según éstas, se halla concebida, organizada y desempeñada como una mera función intelectual, o sea, que atiende a la inteligencia del alumno tan sólo, no a la integridad de su naturaleza, ni a despertar las energías radicales de su ser, ni a dirigir la formación de los sentimientos..., de su moralidad y de su carácter...; pero al salir de allí (escuela), acaba para él (niño) toda educación en las aulas..., donde sólo la instrucción material impera.» En contra, se encuentra el ingeniero químico argentino Juan José Luetich quien afirma que “La elección de la palabra "educación" para designar a la misión de la escuela es sin dudas desacertada. No porque la escuela no eduque o porque no quiera hacerlo. Simplemente, porque ésa no es su función principal. Además, hay otra institución —la familia— que la hace, y la hace mejor”

 Por su parte, el catedrático Mariano Fernández Enguita aboga por una labor dual de la escuela, es decir, que ésta debe educar e instruir. Siempre se ha creído que la familia era la encargada de la transmisión de valores y formación integral del niño pero esa labor la puede desempeñar mejor la escuela. Enguita nos muestra un ejemplo para entenderlo mejor: aceptar la diversidad. “Algunas familias pueden ser heterogéneas (interraciales, interculturales, con discapacitados…) y todas pueden transmitir el mensaje del respeto y la tolerancia, pero la que está en condiciones de ser un microcosmos social, escenario de convivencia reflexiva entre diferentes, es la escuela, que puede y debe asumir esa heterogeneidad (otra cosa es si cada centro lo hace), no las familias. Las familias adoptan, por tanto, la labor de instruir a los suyos y la escuela la ardua misión de educar; pero siempre complementándose y trabajando conjuntamente”.

 Volvamos pues a la cuestión anterior ¿seguimos los pasos de Luetich o de Enguita? Personalmente me decanto por Enguita. No puede existir educación sin instrucción y viceversa. El profesor debe tener la capacidad de desempeñar ambas funciones. Por una parte debe transmitir información, conocimientos, destrezas… actuando así como instructor y, por otra parte, debe formar al individuo, ayudarle a construir su personalidad, sus valores, sus formas sociales de comportamiento... todo lo que forma parte de la educación. Surge entonces la pregunta ¿cómo hacerlo? ¿Cómo puedo educar si dispongo de una hora escasa para impartir los conocimientos propios de mi asignatura? Pueden enseñarse los conocimientos propios de matemáticas o biología, tales como resolver integrales o estudiar la estructura de la célula y educar al mismo tiempo. ¿Acaso cuando intentamos enseñar estos contenidos no estamos también educando? Transmitimos el valor del esfuerzo, de la puntualidad, del respeto, solidaridad, compañerismo… durante una clase no sólo surgen problemas relacionados con el temario sino que también pueden comentarse los problemas actuales tales como la crisis, la discriminación, la pobreza… y todo ello forma parte de la educación. Nuestra manera de actuar durante una clase forma parte de ese currículum oculto que tan importante resulta para la educación de los alumnos. El profesor responde más o menos amable a las preguntas planteadas por sus alumnos, trata los temas con mayor o menor seriedad según la situación, llega puntual o no a clase, interrumpe o no las exposiciones de los alumnos, se muestra o no tolerante ante la diversidad de razas… todas estas acciones forman parte del desarrollo integral que tanto ansiamos, y todo ello sin apenas darnos cuenta. En una hora de clase hemos enseñado a resolver integrales y, al mismo tiempo, hemos transmitido valores esenciales para el niño.

 Dejemos pues de ser papagayos e involucrémonos en el desarrollo moral de los alumnos, ayudémosles a desarrollarse como personas y a explorar y reflexionar sobre los contenidos propuestos.

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