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martes, 25 de noviembre de 2014

HUMANISMO. FILOSOFIA.

HUMANISMO. FILOSOFIA.

1. Concepto y consideración general. 2. Humanistas.
     
      1. CONCEPTO Y CONSIDERACIÓN GENERAL. El término humanismo (h.) aparece por primera vez en 1808 en un libro del alemán F. J. Niethammer, refiriéndose a los movimientos culturales que dieron origen al Renacimiento (v.). Sin embargo, ya en el s. xvi se usaba el término «humanista» para aludir al que se dedicaba al estudio de las humanidades (studia humanitatis) según la expresión y la concepción de la cultura de Cicerón (v.) y otros clásicos romanos y griegos; este término reaparece en la segunda mitad del s. xv y se emplea con profusión en el xvi (v. 1, 2). Durante el s. xix y el xx, en cambio, el término h. se emplea con .frecuencia para significar muy dispares aspectos y concepciones de la cultura o del hombre (v. iv).
     
      a) Las dos acepciones fundamentales. Por una parte se entiende, pues, por h. una categoría historiográfica que designa las corrientes culturales, sobre todo literarias, que durante los s. xv y xvi dieron origen al Renacimiento en los distintos países europeos; en este sentido algunos identifican h. y Renacimiento. Sin embargo el h. se caracteriza más propiamente por el intento de restaurar la cultura grecorromana enlazando -aunque los mismos humanistas no tuvieran a veces conciencia clara de ellocon las corrientes medievales que conservaron el legado de Grecia y Roma. En este mismo sentido, histórico literario, el término h. es usado también, con independencia de la vinculación cronológica a los s. xv-xvi, para designar a todo movimiento cultural interesado o dedicado al estudio, la investigación o actualización de la cultura antigua (v. I, 2 y ii).
     
      Por otra lado se hace uso del término h., con un sentido distinto, para indicar cualquier teoría o doctrina de intención filosófica que intente aclarar la significación del hombre dentro del mundo, sus valores y formular un ideal en función de estos valores y de esa significación. El h., en este sentido, «tiende esencialmente a hacer al hombre más verdaderamente humano y a manifestar su grandeza original haciéndole participar en todo cuanto puede enriquecerle en la naturaleza y en la historia...; requiere. a un tiempo que el hombre desarrolle las virtualidades en él contenidas, sus fuerzas creadoras y la vida de la razón, y trabaje para convertir las fuerzas del mundo físico en instrumentos de su libertad» (1. Maritain, o. c. en bibl. 14). En este segundo sentido, del que hablaremos aquí, se pueden considerar diversas concepciones de h., aunque algunas de ellas resultan más bien inhumanas o antihumanas que verdaderos humanismos.
     
      b) Los humanismos como filosofías sobre el hombre. La concepción grecorromana del hombre cristaliza en el concepto de humanitas, que recoge el ideal helénico de la paideia (educación) y cuyo paso al mundo medieval se realiza a través de la Patrística (v.) cristiana; en ella la humanitas como ideal de la cultura humana complementa a la Teología (v.). En el s. xii las corrientes humanistas tienen un primer renacimiento; la teoría de la razón (v.) y de la fe (v.), la Filosofía y la Teología, que llegan a una alta cima con S. Tomás de Aquino (v.) y su valoración del pensamiento antiguo, establecen las bases de una brillante y certera concepción humanística del mundo.
     
      El h. renacentista forja las bases del hombre moderno y de una falaz separación del mundo de la experiencia y de lo suprasensible, sobre cuyo supuesto se va a montar una imagen unilateral del hombre. El h. renacentista insiste en la dignidad y en los valores del hombre educado liberalmente, por eso lega una concepción educativa de notable influencia, las «humanidades». De este h. clásico se van a derivar múltiples concepciones del humanismo.
     
      El h. liberalista hunde sus raíces en el nominalismo (v.) medieval, se despliega en doble vertiente con el racionalismo (v.) y el empirismo (v.) (s. xvii y xviii) y culmina con los movimientos de la Ilustración (v.) del s. xviii y con las corrientes ideológicas del xix; así el nuevo liberalismo contemporáneo supone una revisión de algunas tesis del viejo liberalismo (la concepción científica del mundo y la neutralidad filosófica y religiosa). La interpretación individualista de la naturaleza humana es el principio básico de este h., y este individualismo (v.) se define esencialmente por otorgar al hombre un derecho primario a una libertad ilimitada (v. LIBERALISMO). Esta reclamación de una mayor libertad parte desde el Renacimiento y se va ampliando durante toda la Edad moderna. Desde Descartes (v.) -para quien todo conocimiento brota desde la razón- hasta Hume (v.) -que rompe con toda autoridad sobrehumana en el orden moral- y más allá, hasta Hegel (v.), hay un largo proceso en que el hombre va otorgándose a sí mismo las funciones de la trascendencia (v.); la razón humana «explica todo» y la voluntad humana establece los principios del orden moral individual y social (v. INMANENCIA). Hay una creencia algo ingenua en la bondad y pureza absoluta del hombre (v. NATURALIsmo), en el progreso (v.) ilimitado (v. PROGRESISMO) y en la autonomía (v.) del hombre y de su acción (antropologismo).
     
      El h. socialista (v. SOCIALISMO), que comparte con el liberalista la creencia en el hombre natural y en el poder de la razón, piensa que la naturaleza humana así concebida tiene sentido exclusivamente dentro y por el orden social. Este h. hunde sus raíces en el idealismo (v.) alemán y tiene sus momentos más significativos en el pensamiento de Marx. La idea de igualdad absoluta, progreso dialéctico y los presupuestos materialistas originan un h. terrenal y antropocéntrico que tiene puesta la esperanza en el desarrollo de las fuerzas terrenales y en el establecimiento de un estado perfecto en la tierra; h. degenerado en un colectivismo negador de la libertad y dignidad de la persona humana, de su responsabilidad (v.) e inmortalidad (v.), que resulta inhumano (v. COMUNISMO; MARX Y MARXISMO).
     
      En el pensamiento filosófico del s. xx el tema del h. cobra una significación especial. La filosofía existencial y existencialista (v. EXISTENCIALIsmo), que parte de un análisis de la existencia humana, ha teorizado la cuestión del h. Para Sartre (v.) el hombre se proyecta, se pierde fuera de sí, pero rebasándose se autocrea; a la unión de este rebasamiento y de la presencia del hombre en el universo le llama Sartre h. existencialista: «humanismo porque recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde decidirá de sí mismo; y porque mostramos que no es volviendo hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará precisamente en cuanto humano» (1. P. Sartre, El existencialismo es un humanismo, Barcelona 1957). Su materialismo y ateísmo hacen del h. de Sartre algo muy truncado y parcial.
     
      Heidegger (v.) relaciona el problema del h. con el problema de la Antropología (v.) y de la Metafísica (v.). «Esto es humanismo: meditar y preocuparse --curarsede que el hombre sea humano, y no inhumano, esto es, extraño a su esencia. ¿Pero en qué consiste la humanidad del hombre? Ella estriba en su esencia» (M. Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid 1959). El hombre es el guardián del ser, está en la proximidad del ser: esto dignifica al hombre y constituye el más alto h. La novedad del planteamiento metafísico de Heidegger es que establece una nueva Antropología y da un nuevo sentido al humanismo, aunque no completo.
     
      Jaspers (v.) entiende el h. como integral, incluyendo: la cultura, que implica la asimilación de la tradición clásica, la civilización, que recrea la cultura y la proyecta al futuro, y la humanización que establece una jerarquía viviente y reconoce la dignidad humana en cada hombre.
     
      c) Búsqueda de un nuevo humanismo. La situación del mundo actual -ideológica, política, intelectual, espiritual, técnica- ha conmovido las bases sobre las que se asentaban los distintos h. modernos; y surge por doquier la inquietud por encontrar una nueva forma de humanismo.
     
      La expresión «humanismo cristiano» ha sido acuñada en época reciente, aunque sus elementos constitutivos están en el Nuevo Testamento, y se refiere a una idea del hombre y de su destino según la razón (v.) y la Revelación (v.): el hombre como imagen de Dios y ordenado a Dios (v. iv, 4). Esta idea supone que es un ser personal y un ser colectivo, y por ello es superadora de cualquier concepción individualista o colectivista (v. PERSONA). A la vez lleva consigo la exigencia de perfección (v.) en el hombre; esto hace que la idea cristiana del hombre se monte sobre la doctrina de las virtudes (v.) teologales y cardinales, y la necesidad de la gracia (v.) sobrenatural para superar la imperfección (v.) y el pecado (v.). El h. cristiano es posible por cuanto lo sobrenatural (v.) no anula lo natural, sino justamente lo sitúa en su auténtico ser. Cualquier otro h. destruye el ser del hombre al comprenderlo parcialmente; el h. cristiano asume los valores de la materia y del espíritu: «El auténtico sentido cristiano -que profesa la resurrección de toda carnese enfrentó siempre, como es lógico, con la desencarnación, sin temor a ser juzgado de materialismo. Es lícito, por tanto, hablar de un materialismo cristiano, que se opone audazmente a los materialismos cerrados al espíritu» (Escrivá de Balaguer, Homilía Amar al mundo apasionadamente).
     
      Maritain (v.) ha propuesto el ideal del h. integral o de la discutible Nueva Cristiandad: «Este nuevo humanismo, sin común medida con el humanismo burgués y tanto más humano cuanto no adora al hombre, sino que respeta, real y efectivamente, la dignidad humana y reconoce derecho a las exigencias integrales de la persona, lo concebimos orientado hacia una realización socio-temporal de aquella atención evangélica a lo humano que debe no sólo existir en el orden espiritual, sino encarnarse, tendiendo al ideal de una comunidad fraterna» (o. c. en bibl.). El personalismo de E. Mounier (v.) ha intentado un «h. nuevo» para defender al hombre de los totalitarismos (v.), socialistas o de otro género, y del individualismo (v.); se trata de recomponer al hombre de hoy que está escindido, y volver a reunir el espíritu y el cuerpo, el pensamiento y la acción. Para Jaspers (v.), los factores positivos que gobiernan hoy día la condición humana son la técnica, la política, la decadencia de un espíritu occidental común; en esta situación, los dos caminos que pueden llevar al h. son la asimilación del h. occidental y la lucha por la independencia del hombre.
     
      El tema del h., para que no degenere en antropocentrismo destructor, para ser comprendido en su sentido más filosófico con toda profundidad, ha de ser completado desde un punto de vista metafísico y teológico (v. iv).
     
      V. t.: HOMBRE; RENACIMIENTO; EUROPA IX; INMANENCIA; ATEÍSMO 11.
     
      BIBL,: P. Bitio, Marxisme et humanisme, París 1953; F. CHARMOT, L'humanisme et l'humain, 1934; D. DUBARLE, Humdnisme scientifique et raison chrétienne, París 1953; A. ETCHÉVERRY, Le conflit actuel des humanismes, París 1955; J. FUEYO ÁLVAREZ, Humanismo europeo y humanismo marxista, Madrid 1957; F. HERMANS, Historia doctrinal del humanismo cristiano, 2 vol., Valencia 1962; W. JAEGER, Humanismo y Teología, Madrid 1964; 1. LALOUP }, J. NELIS, Dimensiones del humanismo contemporáneo, San Sebastián 1959; H. DE LUBAC, El drama del humanismo ateo, 2 ed. Madrid 1967; S. MAÑERO, El humanismo, tema de nuestro tiempo, Madrid 1963; J. MARITAIN, Un humanismo integral, Buenos Aires 1947; A. RIGOBELLO, L'itinerario speculativo dell'umanesimo contemporáneo, 1958; F. ROBERT, L'Humanisme: essai de définition, París 1946; F. G. SÁNCHEZ-MARÍN, Humanismo natural y humanismo cristiano, Madrid 1954; F. M. SCIACCA, La visione della vita nell'umanesimo, 1954; G. TOFFANIN, Historia del Humanismo desde el s. XIII hasta nuestros días, Buenos Aires 1953; G. USCATESCU, Proceso al humanismo, Madrid 1968; VARIOS, Hacia un nuevo humanismo, Madrid 1957; VARIOS, El hombre y lo humano en la cultura contemporánea, Madrid 1961; VARIOS, Humanismo y mundo moderno, Madrid 1960; PH. LERSCH, El hombre en la actualidad, 2 ed. Madrid 1967; L. LEGAz LACAMBRA, Humanismo, estructuralismo y marxismo, «Atlántida» n° 48, VIII (1970) 573-588.
     
      JOSÉ MARfA PRIETO.
     
      2. HUMANISTAS. a) Introducción. La crítica histórica moderna coincide en separar Renacimiento y h. como dos fenómenos distintos aunque contemporáneos. Entre los escritores romanos, la palabra «humanista» se encuentra ya en Aulo Gelio y Cicerón (v.), y su empleo se hace habitual en los escritores italianos del s. xv. Entendido el Renacimiento (v.) como un conjunto de transformaciones culturales, sociales, políticas e incluso ideológicas, el movimiento humanista se considera más bien un episodio dentro -y en cierta manera precursor- del primero, de carácter fundamentalmente literario y filológico. A pesar de que el h. como filosofía no es algo exclusivo del Renacimiento (se habla del h. clásico, h. medieval, h. de la Ilustración, h. existencialista, etc.; v. I, 1), se suele reservar el término humanista para designar los restauradores de los studia humanitatis de los romanos.
     
      Estos humanistas protagonizaron un movimiento de retorno a la cultura antigua y a la literatura greco-latina, con la salvedad de que las «humanidades» no abarcaron el estudio de todas las artes liberales romanas, sino solamente de la Gramática y la Retórica que, junto con la Dialéctica, formaban parte del trivium medieval en la formación de los jóvenes. Precursores del Renacimiento y de la concepción del mundo del racionalismo (v.) en muchos casos, poseen una confianza optimista en la naturaleza y en el hombre, y hay en ellos, como en Descartes (v.) y en Bacon (v.), una actitud activa ante el mundo que más tarde se acentuará con los descubrimientos científicos y geográficos. Sus temas principales son el problema de la felicidad (v.) y dignidad humanas, la educación (v.) y el hombre como centro del mundo, estudiados bajo una perspectiva que concede preponderancia a la vida activa sobre la contemplativa. Rasgo común a todos ellos suele ser la oposición a la Escolástica (v.) y a Aristóteles (v.), que fundamentalmente conocen a través del estéril nominalismo (v.) que les precede inmediatamente, así como su interés por Platón (v.), pero sin que produjeran ninguna obra importante filosóficamente ni llegaran a tratar ninguno de los temas de la tradición metafísica medieval. Humanistas eran quienes conocían el latín clásico y el griego y podían leerlos; su actividad se centró en la recuperación, traducción y edición de textos antiguos, de los autores clásicos y de la Biblia (V. BIBLIA VI, 8-9 y vii); sus inquietudes fueron más de orden estético y literario que filosófico. No es exacto que los humanistas descubrieran la herencia cultural de la Antigüedad, puesto que toda la Edad Media, desde Boecio (v.) hasta el s. xii, es una serie continuada de búsqueda y recopilación de esos textos, sino que la ampliaron -sobre todo en el caso del griego-, y la divulgaron, al tiempo que reaccionaban contra la degeneración de la lengua latina en la baja escolástica y en el nominalismo.
     
      b) Precursores y traductores. Petrarca (v.), Boccaccio (v.) que encontró las Historias de Tácito (v.) en Monte Cassino, y Brunetto Latini (m. 1294) maestro de retórica en Florencia, donde Dante (v.) fue su discípulo, y traductor al italiano de la Summa Alexandrinorum (compendio de la Ética a Nicómaco), son considerados como los precedentes de los humanistas del s. xv. A finales del xiv, Alberto Enoch Ascoli encontró el De viris illustribus de Suetonio (v.) y la Germanía de Tácito (v.), y en 1389 se hallaron las Epístolas familiares de Cicerón. P. Bracciolini, uno de los más afortunados buscadores de textos, descubre las Instituciones oratoriae de Quintiliano (v.), la Astronomía de Manilio, el Léxico de Marcellus, la Arquitectura de Vitrubio (v.), ocho discursos de Cicerón y fragmentos de Petronio (v.).
     
      Sin embargo, en la recuperación de la literatura griega fue donde los humanistas representaron verdaderamente un gran avance sobre la Edad Media, en la que, salvo escasas excepciones (Escoto Eriúgena, v.; R. Grosseteste; Guillermo de Moerbeke; Roger Bacon, v.), nadie era capaz de leer los textos griegos en su lengua original.
     
      El intercambio cultural con Bizancio (v.) comenzó hacia 1400. Manuel Chrysoloras, llamado a Florencia por Coluccio. Salutati (m. 1406), fue el iniciador del movimiento de traductores y el forjador de la primera generación de helenistas. A partir de esas fechas, los humanistas italianos trajeron de Constantinopla un gran número de manuscritos: F. Filelfo, la Ética a Nicómaco (1427), Nicolás de Cusa (v.), las obras de Juan Damasceno (1437; v.) y A. Traversari las obras completas de Platón, que posibilitaron el resurgir del platonismo en el Renacimiento. La Edad Media había conocido sólo indirecta y -fragmentariamente el neoplatonismo, a través de San Agustín (v.) y el Pseudo Dionisio (v. NEOPLATÓNIcos). Con el intercambio de eruditos italianos y bizantinos se emprendió la tarea de traducir no sólo a Platón y Aristóteles, sino otras muchas obras. Guarino Guarini di Verona (m. 1460) lo hizo con Plutarco (v.) y Estrabón (v.). L. B. Aretino tradujo en Florencia, entre 1398 y 1404, a Polibio (v.), Demóstenes (v.), Esquines (v.), Jenofonte (v.) y San Basilio, además de la Apología, Fedón, Fedro, Gorgias, Critón y Las cartas de Platón, la Ética a Nicómaco (1418), los Políticos y los Económicos (1435) de Aristóteles. Filelfo, versiones de Hipócrates (v.), Jenofonte, la Retórica de Aristóteles y los Apopthegmas de Plutarco. Gianozzo Manetti, las Éticas a Nicómaco y Eudemo. Traversari, las Vidas de los filósofos de Diógenes Laercio, el Pseudo Dionisio, San Basilio y San Juan Crisóstomo. Los bizantinos, afincados en las ciudades italianas a partir de 1438-53, tradujeron también numerosas obras griegas al latín: J. Besarión (m. 1472), la Metafísica de Aristóteles y fragmentos de la Metafísica de Teofrasto; Argyropoulos, los Perihermeneias, el Organon, los libros Físicos, De caelo, De Anima, la Metafísica y la Ética; Teodoro Gaza (m. 1475), De Historia animalium, De partibus animalium y De generatione de Aristóteles, De plantis de Teofrasto y los Problemas de Alejandro de Afrodisia; Giorgio di Trebizonda (m. 1484), las Leyes de Platón.
     
      Los traductores españoles, ya en el s. xvi, continuaron la labor de los humanistas italianos: Ginés de Sepúlveda (m. 1573) hizo versiones del De Mundo, De Republica, Parvi Naturales, Meteorum, de Aristóteles; J. B. Monllor (m. 1569) hizo lo mismo con los Primeros Analíticos en 1569, Pedro Simón Abril (m. 1589), el Cratilo y el Gorgias de Platón, y Juan de Vergara, por encargo del card. Cisneros (v.), los Físicos, De Anima y la Metafísica. Toda esta labor, realizada en medio siglo y de la que sólo hemos señalado lo más significativo para la Historia de la Filosofía, acompañada por las ediciones de los Padres de la Iglesia y revisiones del Antiguo y Nuevo Testamento, se consolidó con la formación de nuevas bibliotecas (Vaticana, de Florencia, Pavía, del Louvre en París) y con el descubrimiento de la imprenta en 1455, que hizo posible la difusión de los hallazgos y las traducciones (v. INCUNABLES).
     
      c) Centros humanistas. Italia. Bajo el gobierno de los Medici (v.), Florencia se convirtió en el primer centro del h. y el Renacimiento. El Studio, fundado en 1349 y trasladado a Pisa por Lorenzo el Magnífico en 1471, favoreció el movimiento iniciado por Petrarca y continuado por los gramáticos G. Malpaghini (1346-1417), L. Marsigli (1346-94), N. de Niccoli (1363-1437) y A. Traversari (m. 1439). Enseñaron en él griego los bizantinos M. Chrysoloras (m. 1415), f. Argyropoulos (m. 1487), A. Callisto (m. 1478) y f. Pannonius, entre otros. Algunos cancilleres florentinos, humanistas al mismo tiempo, contribuyeron al renacimiento literario y artístico: Leonardo Bruni Aretino (1374-1444), mencionado ya como traductor, autor del Isagogicum moralis disciplinas y del Libellus de disputationum exercitationisque studiorum usu, contra la escolástica; Angelo Ambrogini Poliziano (1454-94; v.), maestro de latín y griego en el Studio, donde enseñó también la Ética y el Organon aristotélicos; comentarista de las Pandectas y autor del Panepistemon, enciclopedia de las ciencias; Francesco Filelfo (1398-1481), Giovanni Francesco Poggio Bracciolini (1380-1459) y León Bautista Alberti (1404-72), fueron algunos de ellos. G. G. Plethon (m. 1452), uno de los platónicos de esa misma ciudad, sugirió a Cosme de Médicis la idea de fundar una academia, pero este proyecto no se llevó a cabo hasta 1458. La Academia florentina, centro de difusión del platonismo bajo la dirección de Marsilio Ficino (1433-99), no era una institución docente sino una asociación libre de aficionados a las letras y las artes. Formaron parte de ella Alberti, G. Cavalcanti, Ficino, G. Pico della Mirandola (v.), etc.
     
      El papel director del movimiento humanista pasa a Roma tras la caída de los Médicis. En 1431, Eugenio IV (v.) restauró la Univ. de la Sapientia, fundada hacía más de un siglo. Algunos humanistas como Giovanni di Aurispa (m. 1459) y Flavio Andrónico Biondo (m. 1463), ocuparon en Roma la secretaría apostólica de los Papas; otros pertenecieron al Colegio de Abreviadores de los Pontífices o desempeñaron el papel de bibliotecarios del Vaticano: Giovanni Tortelli (m. 1466), Andrea dei Bussi, Mafeo Veggio (m. 1458), Paulo Giovio (m. 1552) y Paulo Cortese. Los dos representantes más importantes del h. romano son, sin embargo, Gianozzo Manetti (1316-1459), traductor de Aristóteles y autor del De dignitate hominis, en respuesta al De comptentu mundi de Inocencio III (v.), y Lorenzo Valla (1407-57; v.).
     
      Mientras que Plethon lanzaba contra Aristóteles un teísmo universal inspirado en Platón, Lorenzo Valla, en sus Dialecticae disputationes contra aristotélicos, le oponía un naturalismo que rechazaba definir la naturaleza a través de la finalidad y divinizaba la realidad, sustituyendo la razón (v.) por los instintos (v.) como regla del hombre, de acuerdo con el principio sequere naturam; «todo lo que la naturaleza creó es bueno, el hombre debe hacerse su discípulo y seguir el evangelio que ella le dicta, que es el evangelio del placer» -escribe en el De voluptate ac de vero bono-. En él se revela claramente el espíritu del antiescolasticismo, escepticismo (v.) y racionalismo religioso que será común en el s. xvi. Sus Adnotationes in Novum Testamentum son ejemplo de crítica histórica y literaria, al tiempo que abrieron el camino a la exégesis moderna que después continuaría Erasmo; descubrió la falsedad de los escritos atribuidos a San Dionisio y estableció el estudio del latín sobre bases científicas en Elegantiarum linguae latinae (1444), que se transformó en poco tiempo en el manifiesto del h. filológico. La Academia romana, fundada en 1460 por Giulio Pomponio Leto (1428-97), sucesor de Valla como profesor de literatura en la Sapientia, también desempeñó un papel importante en el desarrollo del h. hasta que fue cerrada por Paulo 11 en 1468 y sus miembros acusados de herejía y ateísmo. La Academia de Nápoles, fundada por Alfonso V el Magnánimo (v.), con Bessarión, E. S. Piccolomini, T. Gaza, G. di Trebizonda, F. Filelfo, J. Sannazzaro (v.), etc.; las Univ. de Bolonia y Padua; la Neacademia de Venecia, y la escuela de Mantua, creada por Victorino de Feltre (1376-1446), el pedagogo más importante del Renacimiento, completan la serie de centros humanistas en la península.
     
      Francia. El h. francés procede, como todos los demás, del italiano. En la segunda mitad del s. xv se establece un intercambio cultural entre Francia e Italia, pero en el desarrollo del h. francés se mezclaron distintas influencias. Pueden distinguirse un h. de tipo petrarquista (Guillaume Fichet, 1433-85), un h. erasmizante (J. Lefévre d'Etaples, m. 1536), un h. influido por el averroísmo paduano (FranCois de Vicomercato, 1500-70), una reacción neoplatonizante influida por la Academia de Florencia (Guillaume Postel, Bouillé), la tendencia llamada de los «libertinos» (Franeois Rabelais, v.; Étienne Dolet, m. 1546; Clement Marot, m. 1544; Bonaventure des Périers, m. 1544) y un h. combinado con el movimiento hugonote (Margarita de Navarra, m. 1549). Un gran impulso para el movimiento humanista francés, y su consagración definitiva, fue la creación del Collége Royal por Francisco I en 1530, a inspiración de Guillaume Budé (1468-1540).
     
      Inglaterra. Los orígenes del h. en Inglaterra pueden señalarse hacia 1485, cuando Pogio viajó hasta allí y Vitelli comenzó a enseñar en Oxford. Humanismo cristiano fundamentalmente, en él apenas se encuentran tendencias paganizantes ni espíritu de ruptura con la tradición medieval, y sus principales centros fueron Oxford y Cambridge. John Colet (1467-1519), ganado al neoplatonisrno por Ficino tras su viaje a Italia, profesor en Oxford, donde fundó la Saint Paul's School, sus preocupaciones fueron ante todo de orden religioso, como en los otros dos grandes representantes del h. inglés, San Juan Fisher (m. 1535; v.) y S. Tomás Moro (1478-1535; v.). Poco favorable al estudio de -los autores paganos, rechazaba asimismo la teología escolástica y Santo Tomás (v.), de quien opinaba que había adulterado el cristianismo con Aristóteles, estimaba a los Padres (v.) de la Iglesia, y su evangelismo platonizante decía basarlo en la S. Escritura. Otros humanistas: G. Tilley de Selling (m. 1495), G. de Waynf lete (m. 1486), Guillermo Crocyn (m. 1519), Thomas Linacre, John Cheke (1514-57) y George Buchanan (1506-82).
     
      Países Bajos. La Univ. de Lovaina (1425) llegó a ser el centro principal de los estudios humanistas en los Países Bajos. Erasmo (v.), Adriano VI, Van den Dorp, Costers, L. Vives (v.), y otros, se asociaron en el Contubernium (1490-1520). Busleijden fundó el Collegium Trilingüe (1515-70); y H. de Groot (1340-84) y F. Radewijns establecieron los Colegios de la Congregación de los Hermanos de la Vida Común, cuyo mejor fruto fue la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis (1380-1492; v.). Los dos humanistas más importantes, independientemente de Erasmo, fueron Rodolfo Agrícola (1441-86) y losse Badius Ascensius (1461-1535). El primero, llamado «padre del humanismo alemán», enseñó en Heidelberg y mantuvo una actitud poco favorable a la Escolástica, aunque en el problema de los universales fue nominalista (v. NOMINALISMO), su intención era poner los autores clásicos al servicio de la fe cristiana.
     
      Alemania. A pesar de que varios humanistas italianos viajaron a Alemania a mediados del s. xv, hasta finales de ese mismo siglo no aparece la fuerte corriente del h. alemán, que posee un carácter más nacional y científico que el italiano. Sus representantes no se limitaron al cultivo de la literatura antigua, sino que extendieron su investigación a la historia, la astronomía y las matemáticas, al mismo tiempo que demostraron una mayor preocupación por las cuestiones religiosas: a la vez que estudiaban la antigüedad clásica, realizaron ediciones y comentarios de las fuentes bíblicas y patrísticas. Pero muy pronto se definió una doble tendencia. Los «viejos humanistas», S. Brandt (1457-1521), J. Wimpfeling (14501528), J. Heylen von Stein (m. 1496), W. Pirckheimer (m. 1530) y otros componentes del centro alsaciano, respetaron en líneas generales la Teología y permanecieron fieles a la Iglesia. Otros, como el grupo de Erfurt: C. Mutianus Rufus (m. 1526), Helius Eobanus Hessus (m. 1540), Hermann von der Bussche (m. 1534), Wrico de Hutten (m. 1523) se unieron primero a Reuchlin y Erasmo y más tarde a Lutero, preparando la reforma protestante (v. PROTESTANTISMO). Johann Reuchlin (1455-1522), el más importante de los humanistas alemanes, adoptó una tendencia platonizante y antiaristotélica, influido por Cusa, Ficino y Pico de la Mirándola. Su polémica, a partir de 1509, con los teólogos de Colonia sobre su negativa a destruir los textos hebreos, inició una serie de luchas entre humanistas y teólogos dominicos que no terminaría hasta la rebelión de Lutero, a pesar de que permaneció adicto a la ortodoxia católica. ,
     
      Sobre los humanistas hispánicos, v. 11, 3 y otras voces de esta Enciclopedia; COMO RENACIMIENTO II y iv. Algunos autores, que también pueden considerarse humanistas, no se han mencionado por tener ya artículo propio; por ej., v.; BRUNO, GIORDANO; CAMPANELLA, TOMMASO; MAQUIAVELO; PARACELSO; etc. Para completar el tema acerca de la labor de estos humanistas y de los significados que se les ha dado, v. Iv.
     
     
BIBL.: G. FRAILE, Historia de la Filosofía, III, Madrid 1966, cap. II-III; 1. BURCHKARDT, La cultura del Renacimiento en Italia, Madrid 1941; C. CARBONARA, Umanesimo e Rinascimento, Turín 1944; V. CLAN, Umanesimo e Rinascimento, Florencia 1942; G. DILTHEY, Hombre y mundo en los siglos XV y XVI, México 1945; E. GARIN, L'Umanesimo italiano. Filosofía e vita civile del Rinascimento, Bar¡ 1952-58; L. GEIGER, Renacimiento y Humanismo, Barcelona; F. HERMANs, Historia doctrinal del humanismo cristiano, 2 vol., Valencia 1962; 1. HuIZINGA, El otoño de la Edad Media, 4 ed. Madrid 1952; F. OLGIATI, L'anima dell'Umanesimo e del Rinascimento, Milán 1924; G. SAITTA, Filosofía italiana Umanesimo, Venecia 1928; íD, 11 pensiero italiano dell'Umanesimo e del Rinascimento, 3 vol., Bolonia 1949-50; G. TOFFANIN, Storia dell'Umanesimo dal XIII al XVI secolo, 3 vol., Roma 1933-51.


CAMBIO CONCEPTUAL: ANÁLISIS CRÍTICO Y PROPUESTAS A LA LUZ DE LA TEORÍA DEL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO

CAMBIO CONCEPTUAL: ANÁLISIS CRÍTICO Y PROPUESTAS A LA LUZ DE LA TEORÍA DEL
APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO

Introducción

Según Pozo (1993, p. 193), “si la década de los setenta fue para la enseñanza de la ciencia la `edad de Piaget´, la década de los ochenta puede calificarse muy bien como `la época de las concepciones alternativas´”. 
La insatisfacción con el concepto piagetiano de estadio, unida a varios factores psicológicos y didácticos, ha hecho que las investigaciones se hayan ido orientando progresivamente hacia el estudio de las ideas de los alumnos sobre fenómenos científicos específicos”.
Sin embargo, si encajamos en la ‘época de las concepciones alternativas’ también algunos trabajos pioneros, como las tesis doctorales de Driver (1973) y Viennot (1979), que trataban básicamente de la detección de concepciones alternativas, concluiremos que esa época empezó, de hecho, en los años setenta. 

Conceptual change: critical analysis and proposals in the light
of the meaningful learning theory
Marco Antonio Moreira1
Ileana María Greca
Resumen: Se hace un análisis crítico del tema cambio conceptual, a lo largo de un período de 20 años,
a partir de una revisión parcial de la literatura y del referencial de la teoría del aprendizaje significativo.
En dicho análisis se destaca la necesidad de atribuir significados al concepto de cambio conceptual que
no conlleven la idea de sustitución o reemplazo de concepciones en la estructura cognoscitiva del sujeto
que aprende, y se proponen significados en la línea del aprendizaje significativo, de discriminación
de significados, de desarrollo/enriquecimiento conceptual, de evolución conceptual.

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El nuevo humanismo

El nuevo humanismo

En el prólogo a su libro  Conocimiento prohibidoRobert Shattuck recoge la siguiente anécdota:
Una dama victoriana, esposa de un obispo anglicano, se hizo célebre por su comentario sobre la evolución, no tanto referido al circunspecto Origen de las especies (1859) de Darwin como al beligerante libro de T. H. Huxley El lugar del hombre en la naturaleza (1863). Este joven campeón de Darwin se descolgó con que los hombres no están “separados de los brutos por estructuras mayores que las que les separan entre sí”. Cuando se enteró de aquello, la dama exhibió un perfecto diapasón social: “¡Qué descendemos de los simios! Santo cielo, esperemos que no sea verdad, pero si lo es, roguemos para que no se divulgue”.
Desde que el hombre es hombre, el miedo a las consecuencias del conocimiento es uno de los compañeros más fieles del se humano, no sólo desde una perspectiva social, como forma de control, sino desde un lugar mucho más profundo e íntimo, absolutamente personal: es un miedo inexplicable, intuido, a alcanzar una verdad última cuyo encuentro no sea agradable ni favorezca el bienestar de la propia existencia.
Como castigo por robar el fuego de los dioses, Prometeo no sólo sufrió en sus propias carnes la ira de Zeus, sino que la humanidad toda hubo de padecer el dolor y las preocupaciones salidas de la caja de Pandora, una criatura modelada expresamente para vengar la afrenta del héroe.
El cristianismo promovió un antiintelectualismo según el cual fue el afán de conocimiento lo que provocó la caída del hombre, de modo que la inocencia basada en la ignorancia era el estado natural y deseable.
Esta postura hacía que se considerara que el conocimiento, en especial el de los sabios y poetas paganos, era superfluo; además Dios siempre había escogido a gente sin letras para predicar su palabra. Esa postura era parte de la ideología del De contemptu mundi, título de obras de varios autores significativos, como Eucherio de Lyons (finales del siglo IV), cuya obra fue publicada por Erasmo, Bernardo de Cluny o de Morlaix (primera mitad del s. XII), Anselmo de Canterbury (1033-1109) o Lotario di Segni, después papa con el nombre de Inocencio III (1160-1216).
Para Ambrosio de Milán, el plan divino es la multiplicación de la humanidad y su educación progresiva, de manera que el conocimiento prematuro fue el origen de la Caída. El buen cristiano tiene que ser, por tanto, inocente como un niño y huir de la razón. Su discípulo, Agustín de Hipona, vería en Adán un estado humano de inocencia inmaculada.
En esta línea, Lactancio adaptó al cristianismo el mito pagano de la Edad de Oro, refiriéndose a una Edad de Saturno caracterizada por el monoteísmo, la caridad y la inmortalidad. La Edad de Oro como comunidad de amor libre donde todo se comparte sería algo propia de colectivos cristianos como los Adamitas, en el s. II, y sus ideas se reavivaron en el siglo XIII a través de los Hermanos del Espíritu Libre, en Holanda, y los begardos, en Alemania.
Resulta significativo que el siglo XX viera nacer estas mismas tendencias que asocian la vida natural con la ignorancia voluntaria, en una repetición exacta del miedo a que el conocimiento destruya el paraíso prometido de la Nueva Era. El dios cristiano fue sustituido por fuerzas pensantes, ya fueran heraldos de ese mismo dios en la forma de seres de luz, o ya fueran criaturas pertenecientes a civilizaciones extraterrestres con mayor nivel de conciencia, o ambas cosas juntas; el terrícola aspirante al Edén había de limitarse a yacer gozoso y dejarse inundar por las energías cósmicas portadoras del conocimiento necesario y suficiente que, en forma de canalizaciones, le sería suministrado de manera que ningún exceso pudiera alterarlo y provocar una nueva “Caída”.
Puesto que se ha citado la Nueva Era, habrá que contrabalancear y recurrir a quienes la “fundaron” en contraste con quienes se la apropiaron para convertirla en la religión del capitalismo consumista. Así, en un pasaje de su libro El vencimiento de la ilusión, el teósofo Gerard Van der Leeuw escribe:
El hombre aún no despierto sólo conoce hechos, no misterios; para él las cosas se explican por sí mismas; allí está el mundo, y, ¿qué otra cosa hay por conocer? Tal es la perspectiva del bruto. Para la mente de las reses bovinas, los pastos pueden ser buenos o malos; pero no demandan explicación.
A la res bovina, le basta con existir en las emociones:
Y si ocasionalmente percibe un vislumbre del misterio de la vida se apresura a encubrirlo y aun a negarlo, para no perturbar la comodidad de su modorra intelectual.
[…] Sin embargo, para la mayoría de nosotros llega tiempo en que el infortunio y el sufrimiento nos lanzan fuera de la rutina habitual, y queda destruido nuestro mundo sin esperanza de restauración.
El misterio de la vida no se resuelve, se experimenta. Si la vida se resuelve, deja de ser vida. Si encaja en un sistema, sería muerte y no vida. “La vida está siempre cambiando, siempre en perpetuo devenir, y sin embargo, eterna en su esencial realidad”. Es el movimiento, la asimetría venerada por los pitagóricos.
En palabras de Raimon Pannikar extraídas de El mundanal silencio:
Los Dioses, por decirlo así, no entran subrepticiamente por la puerta trasera para explicar lo (todavía) inexplicable; no se les ha pedido que llenen las lagunas que la ciencia no ha sido capaz de explicar.
Sin embargo, aunque está condenado al fracaso el intento de resolver el problema de la vida y explicarlo lógicamente, todavía el ansia de comprender más, de conocer nuestro propio significado y propósito es tan irresistible que ni la idea del fracaso la puede invalidar.
He ahí la clave que pocos se atreven a enfrentar. Lo sagrado, dice Pannikar, no viene a resolver los problemas de la modernidad, ni a dotar de coherencia racional nuestra imagen del mundo, sino que se trata de “una dimensión de ultimidad, y por tanto de misterio, que no tiene ulterior explicación y de una vida inescrutable en el corazón mismo de cada cosa y acontecimiento; es un elemento de libertad inherente a todo ser que existe”.
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La convivencia entre el misterio y la búsqueda de conocimiento es el gran reto del siglo XXI, dicen los que se ocupan de estos asuntos de las tendencias y evoluciones del pensamiento. En este camino, los movimientos espirituales al uso parecieran haber perdido toda oportunidad, encerrados en su “oscurantismo” intelectual y su anverso complementario de “iluminación” casera, despreciadores de la ciencia que no comprenden y a la que sólo recurren cuando parece confirmar sus supersticiones para asentir con gesto paternal (este blog está lleno de ejemplos propios, descarriándose por un lado u otro según la época).
Pero el oscurantismo no es único de los ambientes en que se confunde espiritualidad con superstición y falta de pensamiento crítico, sino que también inunda, y gravemente, los cimientos sobre los que se levanta el humanismo más respetado por el siglo. En un artículo sobre el nuevo humanismo, Jordi Pigem sentencia sin vacilar: “el humanismo que da la espalda a la ciencia se vuelve necio (literalmente: sin ciencia) y la ciencia empobrece su perspectiva al quedarse iletrada (privada de saber literario)”.
Y tan graves resultan el  humanismo necio y la espiritualidad supersticiosa como  la ciencia que se contenta con sus éxitos utilitarios, sus divulgaciones amenas pero ya desfasadas, que sólo viven porque gozan del atractivo de los grandes titulares y el poco esfuerzo intelectual de los resúmenes populares, pero que se niega a aceptar que, como dice Pigem, “la letra pequeña de cada disciplina científica está llena de interrogantes”.
La energía y materias oscuras, como otros parches matemáticos con los que cubrimos lo que no encaja, traen a la memoria los poco elegantes ecuantes de la astronomía tardomedieval, que intentaba apuntalar su ya frágil edificio de epiciclos. Tal vez la ciencia está no menos en crisis que otras instituciones de nuestro tiempo. Tal vez, como en la astronomía tardomedieval, los interrogantes se multiplican porque estamos en medio de un gran cambio de paradigma.
En los años 90, John Brockman se propuso promover una serie de actividades y encuentros para fijar “la tercera cultura” de que hablara C. P. Snow en su libro Las dos culturas, allá por los años 60, en que expresaba sus esperanzas en una nueva cultura que cubriera la brecha entre científicos e intelectuales. Desde entonces, se ha ido gestando y ampliando el grupo de investigadores que buscan esa reunión de disciplinas.
Pero, tal y como afirma Brockman y en contra de lo que se pudiera esperar, los puentes hacia un conocimiento integral, e íntegro, no están siendo tendidos desde la orilla humanista, como pensaba Snow, sino desde el lado científico. Aquí se cumple aquello de que los humanistas se encierran a discutir sobre sí mismos para luego lamentarse de que el mundo peca de “cientifista”; pero no hacen nada por remediarlo y mucho menos por ofrecer motivos a la defensa de la afirmación de Brockman de que, frente a la endogamia intelectual de los humanistas académicos, cerrados en sí mismos y en defensas de ideas ajenas a todo empirismo, los científicos son más abiertos:
Quizá sus egos sean tan colosales como los de los icónicos representantes de las humanidades académicas, pero su forma de lidiar con ese orgullo desmedido es muy distinta. En cualquier momento un argumento puede zarandearlos, porque trabajan en un mundo empírico, de hechos, un mundo basado en la realidad. No tienen posturas fijas, inamovibles; son a la vez creadores y críticos de la empresa que llevan a cabo en común. Las ideas surgen de ellos, y son ellos quienes ponen en tela de juicio las respectivas ideas. A través del proceso de creatividad, crítica y debate, deciden qué ideas es necesario erradicar y cuáles pasan a formar parte del consenso que conduce al siguiente nivel de descubrimiento. A diferencia de los academicistas de humanidades, que hablan unos acerca de otros, los científicos hablan del universo.
(Brockman, El nuevo humanismo)
Quizás sea por ello por lo que ese humanismo proyecta sus sombras reduciendo “la otra orilla” a un cientifismo tan cerrado y endogámico como aquél, sin abrirse a la Ciencia, con mayúsculas, ajena a egos e intereses personales y que tan rechazada es por unos y otros.
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En contra de esta actitud, hay quienes, como Salvador Pániker, reconocen que el acceso a la metafísica exige el paso por la física, pues la ciencia, “a medida que va profundizando en la estructura de la realidad material, va arrojando también bastante luz sobre los condicionamientos de nuestro pensar”. Esta frase pertenece al prólogo que Pániker escribió para el libro de Brockman donde aclara:
Mística viene del griego mýein, “cerrar” (los ojos o la boca), y quizá no sea el vocablo más adecuado para referirse a esa experiencia de suprema lucidez que nos hace vislumbrar –sólo vislumbrar—el último misterio de la realidad y que, en sí misma, poco tiene que ver con las religiones. Aunque, por otra parte, algo de “ojos cerrados” sí tiene la experiencia mística, pues su valor epistemológico es nulo. Si la conceptualización es obra del yo, trascendido el yo se trasciende también el concepto: la experiencia mística no enseña nada conceptualizable. La gente cree que la iluminación es un estado en el que al fin se comprende todo; la verdad es más bien la contraria: la iluminación es un estado en el que, al fin, ya no se comprende nada.
La ciencia, “con su aproximación cada vez más misteriosa a la realidad, contribuye –a diferencia de otras épocas— a reencantar el mundo, a propiciarlo para la vivencia trascendente”, convergiendo sus metáforas con las visiones de los místicos en una región de claroscuros donde queda suspendida la dualidad sujeto-objeto. “Es una zona también “poética” en la que las fronteras entre disciplinas se hacen tenues, y nuevas metáforas emergen”.
El denominador común a todas las tradiciones místicas y a la ciencia moderna es, según Pániker, la idea de lo infinito:
…quienes poseen el pathos de lo infinito saben que la ciencia es una aventura interminable. Más aún, saben que no hay una “respuesta última” para el misterio de la realidad. Lo que ocurre es que el mismo lenguaje, que sólo puede concebir lo infinito como una negación – a-peiron, an-anta, in-finitum, un-endlich, etc—, nos induce a creer que lo incomprensible es lo infinito, cuando en rigor es lo contrario: lo que no se entiende es lo finito. La gratuidad absoluta de las cosas limitadas.
Pero ésta no es ni mucho menos la única vía: frente a la experiencia mística, hay otra forma de enfocar lo infinito que lo presenta como algo monstruoso, lo sublime que abruma y desasosiega. Lo absoluto es “mucho más profundo e indigerible que las versiones edulcoradas de una cierta tradición”. ¿Será ese el miedo profundo que impide lanzarse a conocer a pecho descubierto?
En resolución. Un nuevo humanismo debería comenzar abjurando del mismo y arrogante concepto de humanismo, el que coloca al animal humano como centro y referencia de todo lo que existe. Un nuevo humanismo es compatible con la sensibilidad mística y metafísica. Un nuevo humanismo, por otra parte, no puede ponerse de espaldas a la ciencia. Naturalmente, no se trata de incurrir en el oscurantismo pseudocientífico denunciado por Alan Sokal y Jean Bricmont en su conocido libro Imposturas intelectuales. No hay que usar la jerga científica en contextos que no le corresponden. […] Ni de buscar síntesis atolondradas entre Ciencia y Mística. La tarea es previa y más respetuosa con la autonomía de la ciencia. Se trata de conocer de verdad nuestros condicionamientos esenciales.
El primer paso a dar es, según Pániker, la reforma del lenguaje de manera que nos permita sustituir los objetos por las relaciones.
Recordemos, por ejemplo, lo mucho que nos sigue condicionando todavía el viejo constructo aristotélico hecho de sujeto, verbo y predicado, que es también el modelo cartesiano de cognición sujeto-objeto. Esta convención es responsable –como ya denunciaran tanto Buda como David Hume—de incurrir en la falacia de creer que hay mente cuando lo único seguro es que hay actos mentales.
En otras lenguas, como el chino, “cuesta poco advertir que el mundo es una colección de procesos más que de entidades”. Siguiendo al neurólogo Peter W. Nathan, dice Pániker que “es lícito usar el adjetivo mental, pero no lo es tanto referirse al sustantivo mente”:
La mente, el alma, la substancia, el yo, todas esas entelequias son inventos de la gramática y sólo tienen utilidad funcional si nos sirven como trampolín para saltar más allá del yo, más allá de la mente y más allá de la substancia, hacia lomístico, allí donde las dualidades se diluyen. Allí –dicho sea de paso—donde la muerte es mera anécdota.
La transformación lingüística debe profundizar, por tanto, en lo poético.
Sí, es la hora de acostumbrarnos a los límites del sentido común y de la intuición. Por otra parte, ¿por qué la realidad habría de ser completamente inteligible? De entrada, el teorema de Gödel impugna la noción misma de una teoría completade la natura: cualquier sistema de axiomas moderadamente complejo plantea preguntas que los axiomas no pueden responder. De otro lado, la Teoría de la Evolución ilumina nuestra oscuridad. Veámoslo a propósito del más racional y universal de los lenguajes, el lenguaje matemático. Galileo Galilei proclamó que “el gran libro de la naturaleza” viene escrito en caracteres matemáticos; Albert Einstein dijo que lo más incomprensible del Universo es que sea comprensible; Eugene Wigner habló de “la irrazonable efectividad de las matemáticas en las ciencias naturales”. Ahora bien, quizá la cosa no sea tan irrazonable. Probablemente, ha sido el mismo proceso evolutivo del cerebro humano el responsable de haberse adaptado al descubrimiento de la dimensión matemática de la naturaleza. Lo que ocurre es que esta dimensión no tiene por qué ser la única. Y nada nos obliga a pensar que el mundo ha de ser completamenteinteligible. Al menos para nosotros, simios pensantes. Al menos en relación a lo que nosotros, simios pensantes, entendemos por inteligibilidad.
Pániker defiende la trascendencia, “ni que sea para escapar a la insoportable sensación de claustrofobia que genera la idea de estar encerrados en un mundo de sueños”:
Porque aún admitiendo lo de la encerrona, el “saber” que estamos encerrados (en las construcciones cerebrales, en el lenguaje, en un mundo tridimensional, etc.) ya es “trascender”, ya es “apertura” a lo desconocido. Que no importa que sea “desconocido”: lo que cuenta es que haya una “apertura” a ello.
Lo desconocido es lo que está fuera del condicionamiento, la nada mística. Es significativo que lo espiritual de hoy no se atreve a enfrentar esa nada de que ya hablara Meister Eckhart como culminación de la experiencia trascendente y que, al igual que hicieran los padres de la mecánica cuántica, hayan de ser esos terrícolas tan presuntamente apegados a la materia los que nos acaben descubriendo las esencias del ser humano, ganándole así la partida a los humanistas que viven de serlo.
Puede que la clave a tanto “desorden” intelectual esté en la siguiente cita de María Zambrano sobre el fin de la era de la razón y las certidumbres:
Pero hay un instante peligroso y difícil en que podemos percibir el horizonte en unidad que nos deja y del que no acabamos de desprendernos por superstición e inercia, también por desamparo. Es el tiempo del desamparo, del triste desamparo humano de quien no siente su cabeza cubierta por un firmamento organizador. Tan sólo cúpulas, las falsas, mentirosas, cúpulas de la impostura.
(Pensamiento y poesía en la vida española)
Y es que sólo los desamparados por la razón y el espíritu tienen necesidad de adentrarse, aún con miedo, en los sombríos dominios de la incertidumbre en busca de la Verdad, sospechando que la búsqueda sea en vano.
Los otros, los protegidos por la certeza, dormitan satisfechos antes de ser aplastados por las cúpulas de un palacio de cristal que se derrumba.

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