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miércoles, 16 de septiembre de 2015

Una educación sentimental: la educación en valores

(Publicado en la Revista “ALFA”, año VI, nº 11, pp 149-165)
Presentación Gallegos Huertas
Dra. en Filosofía IES. Nuevas Poblaciones
La Carlota (Córdoba)

 1.- LOS VALORES

Nos encontramos a principios de un milenio –me vais a permitir este lugar común, que no por común es menos sugerente-. Sin duda vivimos una etapa (más o menos larga) de grandes cambios en lo que hasta ahora hemos considerado como valores de nuestra sociedad, de nuestra cultura occidental; una etapa en la que aún no sabemos si se va a producir una mejora o un empeoramiento de la vida. Atravesamos sin duda una época de crisis. Los valores tradicionales cambian, e incluso, a veces, nos parece detectar escasez, carestía de valores. Por esta razón hablamos muchas veces de crisis de valores, y nos preguntamos también si es posible –o incluso si merece la pena- educar hoy en valores a las nuevas generaciones, y -en caso de respuesta afirmativa- cómo acometer tamaña empresa.

Claro que quizá, y previamente a la reflexión sobre estas cuestiones, creo que sería muy conveniente ponernos de acuerdo acerca de lo que entendemos por "valor". Para ello, y antes de acudir a la Filosofía, vamos a solicitar la ayuda de nuestro Diccionario de la Lengua Española (en su edición de 1992) en el que se recogen hasta 13 acepciones distintas para tal término. Veamos -sólo como muestra- las dos siguientes: 
la nº 1: Valor, 
"Grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer necesidades o proporcionar bienestar o deleite"
la nº 10: Valor, 
"Cualidad que poseen algunas realidades, llamadas bienes, por lo cual son estimables. Los valores tienen polaridad en cuanto son positivos o negativos, y jerarquía, en cuanto son superiores o inferiores".

Según esto estimamos, deseamos, "valoramos" algo porque lo consideramos bueno. El ser humano, a diferencia del animal, es capaz de elegir, de preferir. Y elige siempre en función de aquello que considera más o menos valioso, más o menos bueno (o más o menos malo).

Para Max Scheler los valores son algo peculiar, no idéntico a las cosas, ni al simple ser natural de los bienes, ni a los actos psíquicos. El valor es un carácter, una cualidad de las cosas que consiste en que éstas sean más o menos estimadas por las personas o los grupos, y son estimadas porque satisfacen para un fin. Los valores son <> de un orden especial, que descansan en sí mismas, que se justifican por sí mismas, simplemente por su contenido. Basta dirigir a ellas la mirada para ver al punto lo que son. El que es ciego para el valor no las ve, pero en su ceguera está su anormalidad1.

Nos encontramos así con que tras la palabra "valor" podemos considerar tres polos:
tenemos una persona que valora;
 tenemos un bien que busca tal persona;
tenemos una cosa valorada por esta persona en función del bien buscado por ella.

La “cosa” que consideramos valiosa nos sitúa en el mundo de realidades humanas, por cuanto sólo desde el ser humano cobran un sentido. “Cosa” sería todo aquello conocido como externo o interno a la persona, todo aquello sentido o deseado por la persona, toda acción decidida o realizada por la persona, la cosa valiosa podría ser así tanto un objeto material, como una acción, una actitud o un sentimiento humano. La consideramos valiosa en función de un bien.

Los valores radican así en las cosas, evidentemente; son cualidades de las mismas, pero no se identifican con ellas; sólo son tales valores en función del bien buscado en esas cosas por la persona que valora. No se pueden definir sin relación al valorante. No habría valor si no fuera con relación al ser humano que valora. El valor es real, sí, pero carece de sentido si lo consideramos independientemente de la persona que valora.

Las ciencias y la tecnología nos ofrecen un nivel de realidad, pero no es éste el único tipo de realidad en el mundo humano. Tecnológica y científicamente la humanidad progresa, pero no es sólo la ciencia y la tecnología lo que nos va a hacer crecer en humanismo.
La humanidad no se desarrollaría en plenitud si su mundo de valores se limitase a esta única dimensión2.

Los valores se captan mediante una intuición de los mismos, intuición que Max Scheler denomina <> (Wertfühlen). Y aunque usemos la expresión <>, estamos muy lejos de un estado subjetivo que la psicología pueda calificar como placer o displacer. Las cosas, cualesquiera que sean, las conocemos mediante el entendimiento, los valores los captamos mediante una capacidad de sentimiento para lo valioso3.

En el valor se da un <> que sólo podemos captar mediante nuestra capacidad de <>. Quien carezca de tal capacidad o no la tenga suficientemente desarrollada no podrá captarlo. Es ciego para el valor. El valor está ahí, pero la persona no se adhiere a él, no opta por él. Tal opción no es puramente lógica y racional pues en ella interviene, además del entendimiento, todo el mundo afectivo interior. Es el sentimiento el que mueve a la persona, sin que por esto su decisión pueda ser calificada de irracional o meramente subjetiva; es una opción razonable, aunque su justificación última es imposible sólo por la mera razón. Dice Pascal que “el corazón tiene razones que la razón no entiende”4.
Y todos tenemos la experiencia de que las grandes opciones personales, las que mueven de verdad nuestra voluntad, son aquellas en las que estamos implicados del todo, con nuestra mente, con nuestro corazón, y todo nuestro ser. Ningún discurso racional por sí sólo nos hará jamás mover un solo dedo mientras nuestro corazón no se adhiera también a lo que nuestro entendimiento haya visto antes con toda claridad como importante y necesario. Nuestras motivaciones más hondas no provienen de aquello que sabemos intelectualmente, sino de aquello que, además de saberlo, lo queremos desde lo más profundo de nuestro ser, de aquello que "realmente" consideramos valioso. Ambas cosas debieran ir siempre unidas, pero en caso de discordia es el corazón quien manda; todos tenemos experiencia de ello5.

El valor es real, sí, es una cualidad de las cosas, aunque distinta de ellas, pero no podemos hablar de un <>, diríamos más bien que hay que hablar de un "valor subjetivo", pero no porque dependa de las particularidades empíricas de un sujeto dado; es "subjetivo" por cuanto sólo existe en relación con los sujetos. Deberíamos, por tanto, hablar más bien de <>. El valor sólo se hace válido cuando es valorado por un ser-personal capaz de tal valoración; y si intentáramos objetivarlo para dotarlo de "mayor" realidad lo despojaríamos del <>6 (en lo que propiamente está el valor). 
No existe el valor por sí mismo, sino con referencia a una cosa concreta y en cuanto es valorado por una persona. Sin embargo, es tan real como las cosas en las que se expresa. Y, precisamente porque el valor sólo cobra sentido en su relación al valorante, los valores no se crean ni se inventan, tal y como pretendía Nieztsche, sino que se van descubriendo poco a poco, dependen del tiempo, del lugar, del tipo de sociedad. Alois Riehl escribe: "Los valores no se inventan, ni se acuñan de nuevo, mediante la transmutación de valores, son simplemente descubiertos, y lo mismo que las estrellas en el cielo, también ellos van apareciendo, con el progreso de la cultura, en el ámbito visual del hombre. No son valores antiguos; no son valores nuevos; son valores."7.

Los valores no se dan en solitario, no captamos "un valor”. Se captan y se vivencian bipolar y jerarquizadamente. Cada valor nos muestra al mismo tiempo un antivalor y se nos muestra siempre junto a otros valores, según una estructura jerarquizada desde un valor supremo que relativiza todos los demás (los hace relativos a él y los dota de sentido). En cada persona o grupo se da una escala de valores y es este hecho el que hace diferentes a unas personas de otras, a unos grupos de otros. Es esta jerarquía la que explica y dinamiza las conductas personales y grupales. Las colectividades hacen su opción por una escala o jerarquía de valores. Las mayorías son las que siguen de ordinario la escala establecida, pero pueden darse minorías que opten libremente por otros valores, ya sea en un sector particular de la vida humana o en varios a la vez; o bien que se opongan radicalmente a la escala de valores establecida y busquen otra nueva jerarquización, dando lugar así a un cambio axiológico en el grupo al que pertenecen. Esto supone un pluralismo axiológico en la sociedad. La pluralidad viene dada no sólo por las opciones personales, sino también por las exigencias del contexto social

Es el ser humano, en cuanto humano, el que, al descubrirlo, constituye el mundo de los valores; el valor sólo se hace válido cuando es valorado por una persona que opta por él desde lo más profundo de su ser. Pero, al mismo tiempo, lo que hace "persona” a la persona es la vivencia de los valores. La persona es algo siempre actuante, un acto no sometido a la determinación causal (leyes naturales) ni por parte de la masa hereditaria (genes), ni del carácter (costumbre), ni del mundo circundante (sociedad); aprehende en libertad el mundo de lo valioso que configura así al ser humano en su máximo valor, justamente como persona. Por eso, casi podríamos decir (siempre que se interprete adecuadamente) que los seres humanos no "son" personas, sino que "se hacen" personas, y se hacen tales personas al hacer efectivos los valores8. La persona no es sin más un ser escondido detrás de sus actos, es la unidad de sus actos. Para E. Mounier "las personas sin los valores no existirían plenamente"9; si no hay valores vivenciados no hay persona. El problema es que tales valores es imposible vivenciarlos individualmente si previamente no se vivencian en común con otros seres humanos. Si el grupo al que pertenece el sujeto no vivencia determinados valores en común, no los puede comunicar a los diversos individuos y difícilmente estos seres podrán sentirse “personas”, experimentando así una crisis de identidad, provocada, no tanto por la ausencia de una ideología compartida conceptualmente, cuanto por la falta de experiencias profundas de valores compartida por tal grupo10.

Justamente esta comunicación de valores, esta vivencia común de valores es lo que se realiza en todo proceso educativo. La educación es esto: una transmisión de valores, un proceso de humanización, proceso que repite en muy pocos años la increíble hazaña que la humanidad tardó muchos milenios en conseguir. Y todos palpamos, a veces con impotencia, a veces también con frustración, la gran dificultad de esta tarea y nos preguntamos, con desesperanza no exenta de la ilusión por empezar de nuevo cada día: ¿Por qué es tan difícil educar?

2.- LA EDUCACIÓN DEL SER HUMANO, UNA EDUCACIÓN SENTIMENTAL 

Sobre estas palabras se ha ido tejiendo lo que sigue, desde el convencimiento de que todos cuantos estas líneas lean compartimos de un modo u otro la pasión de una vocación educadora, y de que también compartimos la perplejidad de nuestro tiempo ante esta insustituible y difícil, aunque bella, tarea educativa; porque quizá las primeras arenas movedizas con las que nos encontramos radican en la dificultad de saber qué somos los seres humanos en verdad, o mejor aún, qué queremos ser y cómo podemos llegar a serlo.

La pregunta más importante, la más decisiva, la pregunta fundamental de la filosofía es la pregunta sobre el hombre: ¿Qué es el hombre? planteaba el gran filósofo Kant y en esta pregunta resumía todo su pensamiento filosófico11. 

"¿Qué es ...?" Esta pregunta encierra el empeño que caracteriza al ser humano, el empeño por conocer en profundidad, y dominar de forma estable, aquello que está más allá de lo inmediato. Cuando algunos griegos, ya desde el siglo VII a. de C., se preguntaron "qué son las cosas" buscaban lo que estaba más allá de las apariencias, buscaban "lo que permanece", buscaban la naturaleza de las cosas, su esencia. Ellos nos aportaron su respuesta ante la pregunta por el hombre. Y a algunos de sus planteamientos acudimos también hoy. Todos sabemos que cuando, tras varios siglos de reflexión filosófica en Grecia, Platón o Aristóteles nos hablan del ser humano nos ponen ante un prototipo, un ideal hacia el que debemos tender mediante un proceso educativo; la educabilidad del ser humano es clave para entender lo que "somos", es decir, lo que hemos de conseguir en cada persona, entendida ésta como una realidad posible, pero aún no realizada totalmente; más aún, entendida la persona como una realidad posible que puede llegar a frustrarse, a abortarse si no seguimos el "camino" adecuado. "Llega a ser ... el que eres" decía el aforismo griego. Platón o Aristóteles podrían haberlo suscrito. Mas lo curioso es caer en la cuenta de que en este planteamiento educativo consideramos al ser humano como algo que es ...¡ lo que todavía no es!, porque, no lo olvidemos, tal planteamiento nos lanza irremediablemente hacia adelante. El ser humano es perfectible, es educable, se le ve en realidad como un proyecto de futuro, algo que todavía no es real (¿acaso es irreal?), que ha de ir haciéndose realidad en la medida en que cada persona, al modo de un escultor de sí mismo, vaya haciendo resaltar en sí los rasgos de ese "sueño", de ese proyecto –inédito aún e irrepetible-, que ella -o su educador por ella- ha soñado ser12.

El problema de la educabilidad humana, que nos enfrenta necesariamente a la elaboración de un proyecto, no es, sin embargo, fácil de resolver (no lo fue para los grandes pensadores griegos, ni lo es para nosotros hoy); se complica bastante porque no puede existir un proyecto de futuro que no se enraíce en un presente concreto y localizado. Sólo podemos proyectar lo que algo "debe ser" a partir de lo que ese algo "es" aquí y ahora, en un lugar y en un momento determinado. Proyectar en el vacío es tan absurdo como querer construir un castillo en el aire. Nada más irreal que esto. Pero lo más curioso de todo es que, si en verdad queremos saber lo que algo "es" en este momento, lo que nosotros "somos", lo que alguien "es" en un momento determinado, nos encontramos con la sorpresa de que es ... ¡ lo que ya no es!. Es decir, cada uno de nosotros somos lo que hemos vivido, somos nuestra propia e intransferible historia. Y esa historia es ya pasado, un pasado que se guarda en nuestra memoria. Somos nuestro pasado. Lo que somos ahora sólo se explica desde nuestro pasado, y lo que seamos en el futuro sólo se podrá proyectar desde nuestro presente. Siendo fruto de un pasado, anhelamos la irrealidad de un futuro que depende fundamentalmente de nuestro presente. Difícil tarea la de tejer una vida humana desde esta urdimbre del tiempo13, cuando el instante que vivimos no es sino, como decía Nietzsche, el portón que comunica el pasado con el futuro14 .

Todo proyecto supone un despegarse de la realidad que nos envuelve, y que a veces también nos aplasta, para transcenderla y superarla, pero sin prescindir jamás de ella. La Piedad de Miguel Angel surge solamente en y del mármol, pero es mucho más que el mármol, indudablemente lo ha superado y transcendido en belleza; la flauta tallada en el rama del árbol es mucho más que la madera de donde brota el sonido, pero nunca existiría como algo inmaterial; la armonía que gozamos en la Novena Sinfonía de Beethoven es mucho más que la mera sucesión de sonidos que escuchamos, pero sólo podremos percibirla como vibraciones del aire, nunca como manchas de color. El ser humano adulto es, de igual modo, mucho más que la mera masa biológica y que la mera sucesión de acontecimientos que ha vivido a lo largo de sus años; es algo más, bastante más que su herencia genética y temperamental (los psicólogos distinguen claramente entre temperamento y carácter, más adelante volveremos sobre esto). Transcendemos y superamos la realidad continuamente, pero ¿por qué lo hacemos? ¿hacia dónde vamos? La transcendemos y la superamos porque no nos satisface plenamente, "deseamos"15 cambiarla porque buscamos algo mejor. Ya lo dijo Aristóteles: "Todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien"16 . ¿Y qué es el bien? También nos responde Aristóteles: "El bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden"17. Sobre cuál sea este bien (habla de nuevo Aristóteles) "todo el mundo está de acuerdo, pues tanto el vulgo como los cultos dicen que es la felicidad, y piensan que vivir y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero sobre lo que es la felicidad discuten y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios"18 . Para Aristóteles vida buena y vida feliz se identifican. Lo que ya no es tan fácil de conocer y de clarificar es en qué consiste esta vida buena humana, o lo que es lo mismo, cuál sea la vida feliz propia y adecuada para el hombre, ya que para unos consiste en una vida llena de placeres, para otros en una vida llena de honores y gloria humana, y también hay quien piensa en una vida dedicada a la sabiduría19 (que no al mero saber enciclopédico).

A responder a esta pregunta sobre cuál sea la vida buena, la vida feliz propia del hombre dedicó nuestro filósofo uno de sus libros más importantes: la Ética a Nicómaco. Lo sintomático es que si hoy la planteásemos, si hoy volviéramos a hacer una encuesta para saber en qué consiste la felicidad, no nos encontraríamos en mejor situación que Aristóteles para contestar a tal pregunta. Incluso podría ser peor. Aristóteles nos habla de tres modos posibles de vida feliz, de vida buena20, ¿cuántos encontraríamos hoy en nuestras pluriculturales sociedades? Y no parece que en este largo intervalo de tiempo hayamos cambiado mucho los seres humanos. También hoy lo cierto sigue siendo que todos tendemos hacia aquello que nos hace felices. En nuestra vida, en nuestras acciones, a todos nos mueve el hambre, el deseo de felicidad. En definitiva, a todos nos mueven nuestros sentimientos. En virtud de ellos, si son positivos, tendemos a conseguir aquello que nos los suscita con su promesa felicitante; y si son negativos, tendemos a esquivarlo y evitarlo, a huir si fuera preciso para no sufrir la infelicidad con que nos amenaza. Es decir, buscamos el placer y evitamos el dolor. Y en esta búsqueda nos sostienen y empujan nuestros sentimientos porque, y esto no lo podemos olvidar (nos avisa José Antonio Marina), "los sentimientos son experiencias cifradas"21 de todo cuanto hemos vivido, y en estas experiencias nos situamos afectiva y efectivamente para orientarnos en nuestro presente, en el que también los sentimientos nos proporcionan "el balance consciente de nuestra situación"22; los sentimientos son "el balance de la interacción entre nuestras necesidades y la realidad (...); todo acontecimiento que produzca en nosotros una resonancia afectiva es importante por alguna razón"23, y en virtud de este balance actuamos de un modo determinado ya que estos sentimientos que así nos han embargado "son la interfaz consciente de nuestro pasado y nuestro futuro; son balance y estrategia"24.

El problema con el que nos enfrentamos es el siguiente: si el ser humano sólo buscara la satisfacción más inmediata de felicidad, todavía seguiríamos corriendo por las llanuras tras los animales de caza, al igual que lo hicieron nuestros antepasados de hace más de un millón de años. No hay mayor placer inmediato que saciar el hambre o la sed. Los animales viven y responden así a los estímulos que les rodean. Triste vida sería ésta la nuestra, pero fue la primera que conocieron nuestros ancestros. Si no hubiésemos contenido en algún momento de la existencia humana ese impulso instintivo que nos lanzaba hacia el estímulo, si no hubiésemos sido capaces de frenar nuestro instinto para así planear y proyectar otros posibles modos de vida, hoy no habría ningún lector que leyera este artículo; ni yo misma lo habría escrito; ni -es más- habría nada sobre lo que escribir. Porque quizá, y esto sería lo más probable, el ser humano ya habría desaparecido hace bastante tiempo de la faz de la tierra, puesto que nada en su dotación biológica le tiene capacitado para una supervivencia tan larga en la dura competencia animal por la vida.

Para Arnold Gehlen el hombre es ‘un ser carencial’, y su supervivencia no puede explicarse del mismo modo que se explica la de cualquier otra especie animal sobre la tierra25 ya que "como consecuencia de su primitivismo orgánico y su carencia de medios, el hombre es incapaz de vivir en cualquier esfera de la naturaleza realmente natural y original. Por tanto ha de superar el mismo la deficiencia de los medios orgánicos que se le han negado y esto acontece cuando transforma el mundo con su actividad en algo que sirve a la vida (...) La esencia de la naturaleza transformada por él en algo útil para la vida se llama cultura, y el mundo cultural es el mundo humano (...) La cultura es la ‘segunda naturaleza’ humana: esto quiere decir que es la naturaleza humana, elaborada por él mismo y la única en la que puede vivir"26.

 José Antonio Marina, por su parte, considera que "la capacidad de aplazar la gratificación es el fundamento del desarrollo de la inteligencia y del comportamiento libre"27 . Esto significa que hemos sobrevivido como especie, no por nuestra pobre dotación natural, sino porque hemos logrado tomar distancia de lo bueno que se nos ofrecía como promesa inmediata de satisfacción placentera, porque hemos logrado contener nuestro impulso, porque hemos logrado "ver" en lo concreto posibilidades invisibles, y las hemos deseado con mayor fuerza28; las hemos “sentido” desde lejos como felicitantes y con ellas hemos soñado proyectos de nuevas realidades que pudieran satisfacernos con más plenitud, que respondieran más adecuadamente a aquello que habíamos soñado como vida humana buena, digna, feliz; y, además, hemos hecho reales tales posibilidades poniendo en ello todo nuestro empeño, por encima de cualquier dificultad con la que debiéramos enfrentarnos y postergando otras posibilidades de felicidad inmediata que hemos considerado “menos valiosas”.

Afortunadamente para el hombre, el problema para él radica en que no busca sólo lo bueno, lo que aquí y ahora le hace inmediatamente feliz, el ser humano busca lo 1 2 3 Añadir el documento a tu blog o sitio web similar:

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