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jueves, 31 de enero de 2013

Presidente de Chile, (c)


Hace un tiempo, el cientista político Patricio Navia criticaba en una columna de la revista Capital la costumbre extendida en Chile de inflar los currículums por medio del truco de poner (c) después de la sigla correspondiente a un grado académico como el Ph.D. La “c” entre paréntesis indica “candidato”. En jerga académica eso significa que no se ha completado el ritual de escribir la tesis o disertación de costumbre. El haber llevado a puerto la barquichuela de la tesis y tener el Ph.D. sin apellidos no es garantía de nada. Sin restarles méritos a las excepciones, hay que decir que la tesis doctoral, a lo más, indica que el candidato tuvo profesores consejeros que lo respaldaron, que cuenta con una porfía rayana en lo patológico, con un traste de titanio y salud ídem. Lo que se cuestione de quienes usan la (c) no debe ser, por lo tanto, su calidad intelectual o la solidez de sus conocimientos -porque anda mucho burro suelto con su doctorado en regla-sino el uso cazurro de esa letrita que se añade para dar una impresión falsa a quienes no están familiarizados con los protocolos de la academia. Circula otro recurso similar, como el de poner “estudios de…” entre los grados académicos, siendo que la frase misma indica que no se concluyó el programa.

Estas mañas no demuestran necesariamente mala fe sino que más bien delatan una comprensión peculiar de lo que es un currículum vitae, en la que este papel funciona como un emblema de prestigio, un blasón social, como un escudo de armas o algo parecido, y no como un documento fidedigno acerca de la preparación académica y la experiencia profesional de una persona.

Hago estas reflexiones porque me dio curiosidad leer ciertas afirmaciones de prensa en las que se decía que Sebastián Piñera, que tiene un Ph.D. sin (c), había sido no sólo “el mejor alumno de su generación” en la Universidad Católica, sino que también en la Universidad de Harvard. Lo mismo afirmaba con aspavientos la franja electoral de RN . Me llamó la atención, porque sé que Harvard no distingue a sus doctorandos de esta manera. Tal vez esa universidad reconoce que el daño sicológico sería mayor si los pobres estudiantes tuvieran que terminar la tesis y más encima andar compitiendo entre ellos.

Famoso graduado de bachillerato de Harvard

En Harvard, ese trauma se reserva para los postulantes al grado de bachiller, que luchan y se desangran durante cuatro años por el cum laude, el magna cum laude o el summa cum laude que los marcará hasta la muerte. No es chiste: en los obituarios de ex alumnos de bachillerato, junto al nombre del finadito, aparece una sigla correspondiente a los honores de su graduación, si es que los alcanzó: clmcl o scl. Estas designaciones son parte de un ritual que permite rendirle culto al fetiche de la meritocracia y al mismo tiempo reclamar una cuota de privilegios aristocráticos, en la vida y en la muerte.

Harvard y otras universidades similares no distinguen entre doctorandos tal vez por la presunción -vanidosa y muchas veces infundada-de la calidad de quienes entran a esos programas, que son en teoría los más competitivos y avanzados con que cuentan. La meritocracia de los post-grados se da por sentada y no requiere de ritos ni de jerarquizaciones formales especiales. En el caso del doctorado de Sebastián Piñera, Harvard parecería haber hecho una excepción, si uno juzga por los antecedentes que aparecen en la página web del candidato presidencial

Ojo: Le hiceron cambios en el c.v. oficial (el que está en formato Word) después de que se hiciera público el hecho de que estaba inflado el currículum. Agregaron un documento oficial en que se dice que fue, en efecto, ayudante en economía entre 1975 y 1976. Eso dista mucho de "profesor", que es catedrático titular. Insisten con los "honores máximos".

Allí se indica que Piñera se habría graduado de su doctorado “con honores máximos”. Llevado por la curiosidad, consulté al Departamento de Economía de Harvard para averiguar si allí se otorgaba ese tipo de distinción, y me confirmaron que ellos no lo hacían. El economista de la Universidad de Chicago, Roger Myerson, graduado de Harvard el mismo año de Piñera, me aseguró que no le sonaba el nombre, aunque sí se acordaba de otro alumno de esos años llamado Salinas de Gortari. “Si esta persona hubiera sido el mejor alumno en economía, creo que su profesor guía lo habría obligado a seguir una carrera académica-y además yo tiendo a pensar que me acordaría de él, así como me acuerdo de Salinas de Gortari, aunque por otras razones”.
En la Oficina de Registros de Harvard me dijeron que la distinción tampoco se otorga a nivel de la Facultad de Artes y Ciencias. Concluí que se trata de una equivocación en el currículum de Piñera, una repetición casual de los “honores máximos” con que se habría graduado de la Católica.

Mientras hacía mi consulta, una cosa más me llamó la atención. Según el currículum, Piñera habría ejercido nada menos que el cargo de “Profesor de Economía” en la misma Harvard, en algún momento del período que va entre 1976 y 1988. Supuse que se trataría de otra equivocación y que eso significaba en realidad que él había sido ayudante de cátedra y había por lo tanto ejercido de esa manera la docencia. Ser ayudante es cosa corriente en cualquier programa de doctorado norteamericano. Igual decidí hacer la averiguación completa.

La respuesta no se hizo esperar, y en un correo electrónico recibí lo siguiente de Steve Bradt, director asistente de la oficina de informaciones la Facultad de Artes y Ciencias de Harvard:
 “No existe registro alguno del nombramiento de Sebastián Piñera como Profesor de Economía en la Facultad de Artes y Ciencias. Aparece un José Manuel Piñera (nacido el 10/6/48, Bachiller Universidad Católica de Chile) como ayudante (Teaching Fellow) en economía entre 1971 y 1974, pero esas fechas no coinciden con la época en que Sebastián Piñera fue estudiante de post-grado. No existe ningún registro de que alguien llamado Sebastián Piñera haya enseñado alguna vez en la Facultad de Artes y Ciencias”. En efecto, José Piñera es el hermano de Sebastián, otro adherente a los “valores del humanismo cristiano” que no le impidieron ejercer el cargo de Ministro del Trabajo en la época más perra de la dictadura, diseñar las leyes laborales del régimen, y hacerse cargo del proceso de privatización del seguro social.

En todo caso, detecté primero asombro y luego una leve irritación en la voz de Steve Bradt al enterarse de que alguien decía tan públicamente haber sido profesor de Harvard sin que haya evidencia de que sea cierto. A lo mejor es porque Bradt está demasiado consciente del peso de ese cargo, reservado para gente destacada en su campo, no sólo a nivel nacional sino mundial. Para ponerlo en perspectiva, de ser verdad lo que dice su currículum, Sebastián Piñera habría sido colega, con el mismo rango, de J. Kenneth Galbraith. Porque según el documento de marras, él no fue ayudante, instructor, profesor asistente o profesor asociado, sino profesor (lo que se llama full professor) a secas, que es un rango mayor. Ésa sí que sería gracia, pero al parecer es mentira.


La consulta a la J. F. Kennedy School of Government, parte de la misma universidad, tampoco arrojó un resultado positivo. Doug Gavel, gerente de relaciones con los medios de esa escuela de administración pública, señala: “No he podido localizar ningún registro que indique que el señor Piñera haya dictado clases en la Kennedy School of Government durante el período indicado”. Y agrega más adelante: “Nada de lo que he revisado hasta ahora indica que haya enseñado aquí”. La otra posibilidad era la Escuela de Negocios de Harvard, pero Kerry Parke, encargada de comunicaciones, me comunicó que Sebastián Piñera tampoco había enseñado en esa facultad.

El diario La Tercera ya cuestionó tibiamente, casi a escondidas, eso de "mejor alumno" y "honores máximos", una semana antes de la primera vuelta, pero el currículum sigue en la red sin alteraciones al momento de escribir estas líneas. La Tercera acepta las incoherentes explicaciones de “cercanos” al candidato, las que, en vez de despejar las dudas, las aumentan. Ningún medio se ha molestado en chequear los datos del currículum de manera exhaustiva, a pesar de que la información está al alcance del teléfono o del correo electrónico. Con respecto a eso que Piñera haya enseñado en Harvard, la misma universidad asegura que es falso.


El lema de Harvard: ¿Qué querrá decir veritas?

¿Qué importa? dirán algunos. Nadie duda de la inteligencia o de los éxitos de Sebastián Piñera como político y, sobre todo, como empresario. Los datos falsos que se encuentran en su currículum parecerían ser marcas irrelevantes en un papel. Pero hay un creciente segmento de electores para quienes lo principal es la capacidad, la preparación, y el carácter de un candidato. Las credenciales les importan más que la ideología. Un paseo rápido por los foros de internet revela que muchos, generalmente estudiantes universitarios y profesionales jóvenes, por lo general hombres, se han tomado en serio la fama de “mejor alumno de Harvard” y otros datos del currículum para demostrar que Piñera era superior a Lavín y es superior a Bachelet.

Quisiera insistir en que la conexión entre pergaminos y capacidad es, a lo más, tenue e incierta. El problema de fondo aquí es que la campaña de Piñera ha levantado una figura que no corresponde a la realidad y que más encima la enmascara y desvirtúa. Esto nos dice que la candidatura carece de los escrúpulos o del cuidado necesarios para exigirse a sí misma entregar a la ciudadanía información digna de credibilidad. Estos escrúpulos, claro, son un obstáculo para la constante labor de re-invención sin la cual el ex liberal Piñera, ahora camaleónicamente transformado en neo-conservador valórico, no podría sustentar su carrera a la presidencia.

Tal vez no sea culpa del candidato, sino de la tolerancia que existe en Chile para este tipo de manipulación de las credenciales. Si el nuestro fuera un país donde los méritos de las personas realmente se consideraran más que su rango socio-económico, su raza, o su sexo, se tomaría más en serio lo que se pone en un currículum. Al parecer, estamos lejos de ello, pero nos alejaremos más si sale elegido presidente alguien que confunde las cosas de manera tan fundamental y que parece dispuesto a todo para lograr la ambición personal de ocupar el Palacio de La Moneda, bien raíz que pasaría a llamarse de ahí en adelante el Palacio del Billete.
Por lo menos, hay que reconocer que la desfachatez tiene un límite: Piñera no se ha atrevido todavía a poner en su currículum vitae su credencial más anhelada de Presidente de la República, aunque sea con la famosa (c).
Otro truco de McPiñera; fondo neoyorquino para un candidato chilensis

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