Las últimas dos décadas, en América Latina, han estado caracterizadas por la sucesión de regímenes elegidos mediante elecciones generales democráticas. Inclusive en aquellos países en las cuales tambalearon los gobiernos elegidos se optó por una salida dentro de las reglas de la institucionalidad democrática, evitando así regresar a los cruentos episodios de las dictaduras. Esta dinámica democrática tiene todavía grandes deudas para con la ciudadanía, en muy pocos países se han modificado los indicadores de pobreza. La privatización de muchas de los servicios estatales ha significado mayores obstáculos para el ejercicio de derechos.
En este contexto es que después de la IV Conferencia Mundial de la Mujer, muchos de los países adoptan una serie de normatividades para garantizar la participación política de las mujeres en espacios de toma de decisión. Así mismo se construye una arquitectura para la formulación de políticas de equidad de género. Los sistemas políticos también comienzan a ser “sensibles” a un enfoque de género.
La participación de líderes feministas en el espacio político institucional es cada vez mayor. Pero esta presencia se da en momentos de un debilitamiento del feminismo como movimiento social, quizá explicado por los propios cambios en los énfasis de las estrategias mediante las cuales hacen públicas sus agendas. A la vez en este momento de cambio se observan en algunas de las expresiones feministas una preocupación por redefinir o definir su relación con el estado, en pasar de una autonomía defensiva a establecer interconexiones con otros movimientos sociales y en intentar reflexionar desde el feminismo temas de la agenda pública política que antes no trabajaban.
En este marco:
- ¿Cuales son las tensiones que las líderes feministas que se encuentran en espacios de la política institucionalizada encuentran en su actuación política?
- ¿Qué nuevos desafíos surgen para conjugar el tiempo de la política real con el tiempo de la política desde los movimientos sociales?
- ¿Qué nudos trae el tener que conjugar agendas feministas, con agendas desde los movimientos étnicos, de diversidad sexual, de derechos económicos, sociales y culturales.
- ¿Cómo crear sinergias entre una ética de la negociación y una ética de la autonomía?
- ¿Más presencia de mujeres en las esferas del poder político, necesariamente tienen como resultado ampliar la representación y la participación en las democracias de hoy? si la respuesta es afirmativa, ¿no será caer en lo que Marta Lamas denomina una postura esencialista a partir de la una especie envoltura corporal que nos identifica a las mujeres?
Ivone Gebara (Conspirando (Revista Latinoamericana de Ecofeminismo, Espiritualidad y Teología) Mujer y Política. Santiago, 2006) señala que “tanto las mujeres como los hombres corren el riesgo de crear una especie de separación entre la política masculina y femenina, semejante a la separación entre la derecha y la izquierda. Dualismo político de oposiciones simplistas comienzan a acentuar los antiguos preconceptos y a dificultar el desarrollo de responsabilidades compartidas...”.
Afirma “que el acceso de las mujeres a los poderes políticos, no pueden crear más expectativas por el hecho sólo de ser mujeres, ni necesariamente implementaran modelos diferentes de ejercicio del poder, aunque se consiga más igualdad o equilibrio en las representaciones como por ejemplo con la paridad…”.
- ¿Hasta qué punto está visión de más mujeres en el poder “puede contribuir a cambiar la cultura política, el ejercicio del poder y el imaginario colectivo”, no está relacionada con el modelo que percibe las intereses comunes y contrapuestos entre la derecha y la izquierda?
“…Mientras tanto la izquierda se cree siempre más pura y más ética que la derecha, la derecha se cree más audaz y conocedora de las mejores soluciones para la vida de todos…” ¿Cómo salir de esa pretensión que puede llegar a ser inoperante, rígida y paralizante?
- ¿Los cambios en la cultura política y en el ejercicio del poder no deberían ser una responsabilidad compartida que debe ser renovada permanentemente en cada momento y en cada contexto histórico, para que no recaiga sólo en las mujeres la responsabilidad de transformar la política, el poder y su ejercicio? ¿Cómo es posible acercarse a esta posibilidad?
Una incitación al debate y a la reflexión en este marco es preguntarnos ¿qué pasa entre nosotras las mujeres y el ejercicio del poder? ¿Las mujeres somos de alguna manera misóginas, con poder o sin él? o al ¿identificar como a las principales “enemigas”, pareciera que se hace referencia a un hecho voluntario y no a una expresión de ciertas estructuras que subordinan, quitan poder y el poder de reconocer la propia opresión?.
La principal preocupación de Sócrates era la conducta degradada de los subciudadanos, por este motivo, enfoco su curiosidad intelectual en el ser humano y su capacidad que tenia éste de conocer la verdad.
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