La cultura como ser esencial humano
Dr. Milvio Alexis Novoa Pérez.
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La cultura en su dimensión filosófica, designa el ser esencial del hombre y la medida de su ascensión, sintetiza en toda su concreción la producción humana material y espiritual. Es la encarnación de la actividad del hombre, en los ámbitos cognoscitivo, valorativo, práctico y comunicativo.
Para abordar la cultura en su riqueza es necesario revelar la historia de sus principales conceptualizaciones y usos. En general, ha sido considerada como cultivo de la razón, como “instrucción, ilustración, sabiduría, resultante de haber cultivado los conocimientos humanos”[1]. En la historia de la filosofía, ha sido común la identificación de la cultura con el conocimiento, soslayando los otros componentes esenciales de la actividad humana, como la praxis, el valor y la comunicación[2]. Sin embargo, al vincularse directamente con la educación y la formación del hombre, se ha priorizado el momento cognoscitivo en detrimento de sus otros aspectos.
El término cultura tiene dos significados fundamentales: el primero es más antiguo y significa la formación del hombre, su mejoramiento y perfeccionamiento, mientras que el segundo significado indica el producto de esta formación, esto es, el conjunto de los modos de vivir y de pensar cultivados, civilizados, pulimentados a los que se le suele dar también el nombre de civilización. El paso del primero al segundo significado se produce en el siglo XVIII por obra de la filosofía iluminista y en el contexto de la génesis de las ideas antropológicas correspondientes al período de esplendor del colonialismo europeo, con predominio de ideas racistas y eurocentristas. Estas ideas en su devenir han contribuido a la asunción de la cultura occidental como modelo de racionalidad únicamente válido en sus expresiones científicas, filosóficas, estéticas entre otros.
El significado de cultura, vinculado a la formación humana, tiene sus antecedentes en la antigüedad grecolatina, es decir, a lo que los griegos llamaban Paideia y los romanos, de tiempos de Cicerón, Humanitas, a la educación debida a las buenas artes como la poesía, la elocuencia, la filosofía. En este sentido, la cultura fue para los griegos la búsqueda y la realización que el hombre hace de sí, o sea, de la verdadera naturaleza humana, destacándose dos caracteres constitutivos: la estrecha relación con la filosofía y la estrecha vinculación con la vida en comunidad. En fin, en la concepción de los griegos, el hombre no puede realizarse como tal sino a través del conocimiento de sí mismo y de su mundo, mediante la búsqueda de la verdad; pero sólo su realización se completa y es eficaz, en la comunidad, en la polis[3].
Esta concepción naturalista de la cultura, excluía toda actividad “infrahumana”, es decir el trabajo manual propio de los esclavos. Sólo la actividad teórica, contemplativa, es considerada verdaderamente humana. El significado griego antiguo de cultura se conserva en la Edad Media, aunque la cultura tiene por objetivo: la preparación del hombre para sus deberes religiosos y la vida extramundana.
El Renacimiento, sin abandonar la concepción religiosa precedente, aboga por valores acorde con el ideal griego, que concibe la formación del hombre en su mundo, incluyendo la religión como parte integrante de la cultura. La salvación humana es un medio que hace del hombre un microcosmo, en el cual el propio macrocosmo encuentra su perfección[4], siendo evidente su interdependencia.
En la época moderna el concepto de cultura se amplía, no solo incluye sólo las disciplinas tradicionales, sino las matemáticas, la física, las ciencias naturales, implica la ampliación de la cultura, deja de ser una actividad privativa de los doctos. Ahora el concepto de cultura se identifica con el enciclopedismo.
En el siglo XVIII se usaban ambiguamente los conceptos de cultura y civilización, este último con un muy heterogéneo contenido expresa lo que la las culturas euroccidentales llevan de ventaja respecto a las demás culturas, las cuales deben ser “civilizadas”. Por consiguiente reproduce el discurso de carácter eurocéntrico y totalizador que se inaugura con la conquista y colonización europea de América en los siglos XV-XVI y que todavía hoy, bajo nuevas formas, se trata de imponer, desconociendo la extraordinaria riqueza natural y humana de la gente de este lado del mundo, reveladas por el segundo descubrimiento europeo de América, el de la dignidad de los habitantes de este continente realizado por A. Humboldt, a finales del siglo XIX.
También en ese mismo siglo XVIII, nacen las raíces de dos de los usos mas frecuentes del concepto cultura, que a pesar de la variedad de definiciones, han sido referentes de gran influencia, hasta el momento actual. Estos son, de acuerdo con R. Williams los siguientes: el primero, ligado al pensamiento iluminista y denominado alternativa humanista del concepto cultura, que ve la cultura como perfectible y supone la posibilidad de mejoramiento progresivo, difunde una visión tolerante y curiosa con los otros pueblos. En alternativa humanista asume la cultura como algo singular, ligada a la perfección y los avances de los pueblos europeos. El segundo: la alternativa antropológica que considera cada cultura de forma relativa, autónoma pues en ella se concretan y adquieren validez las costumbres y valores. La alternativa antropológica es contraria[5] a la humanista, por ser plural, homeostática y relativista. El historiador de la antropología Marvin Harris asocia el surgimiento de esta última con la noción de endoculturación expresada por John Locke en su obra Ensayo sobre el entendimiento humano” en el siglo XVII.
En general, con la entrada de la humanidad a la era planetaria a partir del siglo XVI, las diversas concepciones de la cultura, con sus enfoques y teorías han aportado su racionalidad, válida en determinadas condiciones históricas y geográficas, y a la vez limitadas por el paradigma occidental de la simplificación, enunciado por Descartes en el siglo XVII, que ha impedido concebir la unidualidad: natural-cultural, cerebral-síquica de la realidad humana hasta nuestros días[6]. En nuestra opinión, el predominio de los paradigmas de la disyunción y/o de la reducción de la complejidad de la cultura ha conducido a revelar parcialmente la riqueza de sus dimensiones.
El Marxismo, desde su surgimiento en la década del 40 del siglo XIX, constituye una crítica de la modernidad que sin fundar una teoría sistematizada de la cultura, aporta importantes elementos, contenidos en su concepción materialista del hombre, la actividad humana y su historia. Los aportes culturológicos de Marx y Engels se encuentran concentrados en obras como las Tesis sobre Feuerbach (1845), la Ideología Alemana (1846) y en el sintético Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política escrito en enero de 1859. En estas obras, se enfatiza el carácter complejo de la producción social, fundamento para una nueva concepción de la cultura, “en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”[7].
Este planteamiento tan diáfano de Marx ha sido interpretado de forma dogmática y economicista, lo cual obligó a Engels a esclarecer, en más de una ocasión , las ideas que Marx y él habían desarrollado acerca de la determinación en última instancia de los factores económicos sobre los ideológicos, políticos. Estas múltiples influencias constituyen en la comprensión marxista una totalidad expresada por el concepto producción social, que como concreción de la actividad humana, es sinónimo de la acepción de cultura como ser esencial del hombre. La cultura no solo está presente en la vida política, jurídica o en la también denominada superestructura, sino también en su vida económica, familiar, escolar. Tampoco puede ser reducida a su componente ideológico, aunque es siempre políticamente funcional a los intereses de las distintas clases, “la clase dominante es hegemónica debido a su control de la producción cultural…. es por eso que la emancipación político-económica de las clases subalternas es imposible sin su emancipación cultural. Emancipación que es también liberación de su sujeción a la cultura popular, a la cultura que ha creado bajo la hegemonía burguesa[8].
Es oportuno insistir en la comprensión con sentido complejo de la naturaleza clasista de la cultura, como fue abordado por Marx, Engels, Lenin y más tarde por Gramsci. Lenin insistió en la existencia de gérmenes de cultura proletaria en las condiciones de dominio económico, político e ideológico del capitalismo, como base para la construcción socialista y la necesidad de aprovechar las enormes conquistas culturales de la humanidad, anteriores a la revolución proletaria por parte de los trabajadores en su educación.
Gramsci desarrolla estas ideas, fundamentalmente en sus obras Socialismo y Cultura y los Cuadernos de la Cárcel, en ellas enfatiza que la revolución es un proceso cultural prolongado que comienza antes de tomar el poder por parte de los trabajadores, consistente en ir abandonando el sentido común y todos los componentes de su antigua identidad cultural, moldeados bajo la hegemonía burguesa y como instrumentos de su dominación de clase e ir constituyendo una nueva identidad, una concepción del mundo superior base de una nueva hegemonía.
Es cierto que no encontramos un concepto definitivo de cultura en la obra Gramsci, sin embargo desde sus escritos juveniles hasta los contenidos en los Cuadernos, donde profundiza en los problemas vinculados a la hegemonía, está presente una profunda comprensión de la cultura revolucionaria como proceso social vinculado a la participación crítica de sujetos concretos, en sus diferentes niveles de resolución sociológica: nacional, grupal e individual. En Socialismo y Cultura, afirma que esta última en tanto premisa de la revolución tiene que ser crítica y “es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes”[9]. Es evidente que él se opone a una visión de cultura como simple acumulación de conocimientos por el individuo, ya que esto hace sentir a las personas superiores y las divide como sujetos de cambio.
También constituyen aportaciones a la comprensión marxista de cultura las ideas que aparecen en los Cuadernos de la cárcel acerca de las relaciones entre la cultura, la política y el poder. En particular, su comprensión compleja del carácter relacional e irreductible del poder a una institución o superestructura en las sociedades modernas. Otro de sus aportes, es la revelación del carácter contradictorio de la cultura popular como mezcla de elementos de la hegemonía de la clase dominante junto a los elementos de resistencia y de lucha. Por lo anterior la cultura debe ser asumida como totalidad dialéctica.
Son muy actuales también, sus ideas acerca del bloque histórico[10] para la conformación de la estrategia y la táctica de los sujetos de la revolución social en nuestro continente, en la construcción de la nueva hegemonía basada en la interdependencia dialéctica entre los elementos de la producción material y los de la producción espiritual.
Otros pensadores, con mayor o menor identificación con el marxismo, han desarrollado estas y nuevas ideas en la elaboración de una concepción no economicista de la cultura y constituyen referencia obligada en la literatura marxista dedicada a la problemática. Entre los más influyentes, se puede destacar a Lukacs, Marcuse, Adorno, Habermas, algunos representantes de la filosofía de la liberación latinoamericana.
En nuestro continente además, encontramos los aportes teóricos de pensadores marxistas de acción como Mariátegui, Che Guevara y Fidel Castro quienes han asumido el análisis del problema a partir de las exigencias de la praxis revolucionaria donde se han desenvuelto. Han contribuido a la comprensión de la cultura como ser esencial del hombre y medida de su ascensión.
En este sentido, tampoco se puede soslayar la obra de culturólogos soviéticos como I. Savranski, E. Markarián y V. Mezhuiev entre otros. Particularmente han sido reveladoras por su trascendencia innovadora, los filósofos que han trabajado de modo profundo y sistemático la actividad como categoría filosófica, sus atributos cualificadores (conocimiento, valor, praxis y comunicación), así como las fuentes generadoras de realización de la actividad (necesidad – interés – fin – medios y condiciones – resultado), en el proceso de conversión recíproca de lo ideal y lo material, a través de la praxis. Igualmente constituyen aportes sustanciales a la teoría de la cultura, las elaboraciones hechas por culturólogos soviéticos, dirigidas a la relación de la historia con la cultura, el mecanismo de la acción de las leyes sociales y la cultura, lo objetivo y lo subjetivo en la cultura y el determinismo y la libertad, entre áreas desarrolladas y poco reconocidas por la comunidad latinoamericana, en parte por prejuicios asociados al carácter metafísica de la interpretación oficial de marxismo desarrollada allí, y de la cual hubo no pocas excepciones.
En Cuba en el ámbito filosófico académico, se debe destacar Armando Hart, Fernando Martínez Heredia, Graciela Pogolotti, quien recogió los interesantes debates que han tenido lugar en Cuba en “Polémicas culturales de los 60”. Asi como la obra colectiva del grupo de investigadores de la Universidad Central de Las Villas, y de su coordinador Pablo Guadarrama González, la obra del Grupo de investigación de América Latina: filosofía social y axiología (Galfisa) dirigido por Gilberto Valdes en el Instituto de Filosofía del CITMA y los aportes del prestigioso Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana, Juan Marinello de La Habana entre otros centros. En los aportes de estos colectivos y en especial en la obra del Dr.C Rigoberto Pupo basamos nuestros análisis.
En la concepción filosófica de Pupo, la triple relación hombre-actividad humana-cultura aporta los principios teórico-metodológicos para una comprensión profunda del devenir humano en sus varias determinaciones sociales. El hombre históricamente determinado en y por su propia praxis social, elabora su segunda naturaleza, crea el cuerpo de la cultura y se realiza en ella. Se trata de un complejo proceso de objetivación y subjetivación de su ser esencial a través de la praxis, pues la vida, en el decir de Marx, es esencialmente práctica. La cultura como mundo creado por el hombre, integra sus propias condiciones materiales de existencia (ser social) y la conciencia social en la que se transparenta y refleja.
Los mundos material y espiritual, engendrados en la actividad social y encarnados en la cultura, se convierten en fundamento de su quehacer teórico y práctico. El hombre deviene sujeto en la praxis. Esta constituye el núcleo de la sociedad humana. La actividad humana expresa el modo específico de existencia, cambio y desarrollo de la realidad social, en pocas palabras, es la forma existencial humana, su modo particular de ser, existir, conocer, actuar y comunicarse con los otros hombres.
La actividad, define el eterno devenir humano, como constante proceso activo creador. Esto significa que si bien el hombre como sujeto, es portador de actividad, esto no se engendra por generación espontánea, de modo incondicionado. Posee condiciones generales para su existencia en tanto tal; todo un sistema de mediaciones: necesidad – interés – fin - medios y otras determinaciones, engendradas en el proceso de acción, hasta culminar en el resultado impulsado por la praxis. Se trata de un proceso internamente complejo y contradictorio, mediado por la práctica, en tanto relación sujeto - objeto, donde lo ideal y lo material se convierten recíprocamente, devienen idénticos. La práctica, tiene una jerarquía particular en los marcos de la actividad humana. Expresa la actividad material adecuada a fines. Por eso engendra la propia necesidad y funda los intereses, fines y medios en función del resultado apetecido. Resultado que debe coincidir con el fin, en tanto expresión de la necesidad y los intereses del hombre.
Esta comprensión del sistema necesidad – interés – fines – medios y condiciones= resultados, como hilo conductor del devenir humano, resulta valiosa para entender la esencia de la producción cultural, y más importante aún, para revelar cómo tiene lugar la aprehensión cultural por los hombres que producen con arreglo a sus necesidades y propósitos. Aporta toda una metodología general para estudiar los comportamientos, actitudes y preferencias culturales del hombre. Las políticas culturales son simples efectos que a veces en apariencias son presentadas como causas. Hay que ir a las raíces del hombre, la actividad humana y sus condicionamientos objetivos para descubrir las determinaciones socioculturales más profundas. En función de ello, se debe esclarecer la estructura de la actividad humana, estrechamente vinculada con sus condiciones de existencia y funciones.
La actividad humana como forma del ser y la realización humana, deviene como relación sujeto – objeto y como relación, al mismo tiempo, sujeto – sujeto. En la primera relación son componentes estructurales de la actividad humana: la actividad cognoscitiva o modo en que existe la conciencia dirigida al objeto, la actividad valorativa o modo en que existen las necesidades e intereses de los hombres y la actividad práctica como fundamento de toda la actividad para producir transformaciones y cambios. En la segunda relación, la actividad como relación sujeto – sujeto, se desarrolla la actividad comunicativa, en tanto intercambio de relaciones sociales, conductas, modos de actuación e información. En la comunicación, los momentos cognoscitivo, práctico y valorativo de la actividad, encuentran su síntesis concreta y se reflejan como unidad cultural en toda su concreción, pues la actividad toma cuerpo en la cultura. Por lo anterior la cultura es al mismo tiempo síntesis de la actividad humana y medida de su ascensión[11].
El valor metodológico y heurístico de asumir la cultura como creación de la actividad humana, consiste en las posibilidades teóricas que brinda esta concepción para abordar la cultura como “sistema multifuncional abierto, que permanece en relación de interpenetración con los otros subsistemas del todo social, en el entretejido social.
Un enfoque integrador, sistémico de esta naturaleza, abre nuevos cauces interpretativos de la cultura, como categoría filosófica, que dado el contenido que expresa, deviene sistema multifuncional. Permite enfocar la cultura material y espiritual en su indisoluble unidad y diferencia, así como determinar lo humano como su atributo cualificador por excelencia. Posibilita el empleo de enfoques epistemológicos, axiológicos, prácticos, comunicativos, semióticos, hermenéuticos, etc., así como potenciar las funciones claves informativa, comunicativa, educativa y directiva de la cultura. “Junto con las funciones claves de la cultura, se pueden destacar las funciones siguientes: la protectora (de proteger al hombre de las influencias nocivas y cambios de ambiente) y la socializadora (es la asimilación de conocimientos, aptitudes, normas y experiencia social acumulados) y de desarrollo de la persona, en diferentes formas de comunicación, en la actividad práctica y de valoración y evaluación), otra función es la individualizadora ( de autorrealización sociocultural de la personalidad, de desarrollo de sus dotes y capacidades individuales) como explica Savranski[12].
Al mismo tiempo, una concepción sistémica de la cultura, fundada en la actividad humana, no sólo debe pensar la cultura como resultado, sino además como proceso que garantiza la continuidad en el desarrollo social e individual del hombre. Es que la cultura, si bien encarna y concreta la actividad humana, en su proceso constitutivo deviene fuente de nuevas acciones humanas, en tanto producción social. Los sistemas culturales pueden, por una parte, ser considerados como los productos de la acción; por otra parte, como elementos condicionadores para otras acciones.
Se trata de un proceso de acciones recíprocas, donde la actividad se objetiva en la cultura y esta es fuente de nuevas acciones, y que toda producción humana, tanto en su proceso mismo, como en sus resultados, está mediada por las necesidades, los intereses, los fines, medios y condiciones que impulsan el quehacer activo del hombre.
Una vez expuesta esta primera aproximación a la esencia de la concepción filosófica marxista de la cultura, fundada en el hombre y la actividad humana como principio estructurador, es necesario tomar en consideración otros enfoques teóricos en torno a dicho concepto, aportados por distintas corrientes y tendencias de corte sociológico, antropológico, axiológico, epistemológico difundidas en la actualidad.
Aunque estos enfoques reproducen el paradigma reductor formulado por la racionalidad cartesiana, resulta necesario su análisis para prevenir la unilateralidad y avanzar hacia un enfoque sistémico – procesual, capaz de revelar la cultura como producción humana polifuncional que incluye los resultados materiales y espirituales del hombre.
En primer lugar se debe constatar la existencia de las concepciones pedagógicas en torno a la cultura y su tendencia a la absolutización del momento cognoscitivo. Igualmente, la creencia de que la aprehensión cultural es un problema de la educación dirigida por los maestros y profesores. Es obvio que primero hay que aprender los sentidos culturales en forma de conocimientos y destrezas de convivencia social: prácticos, teóricos y artísticos, para luego integrarse en la sociedad a partir de esos conocimientos y destrezas. En épocas pasadas estas enseñanzas eran realizadas en el seno de la familia, pero con la modernidad las sociedades humanas se han vuelto cada vez más complejas y la tarea de enseñar a las generaciones jóvenes ha sido asignada a una especialidad y su correspondiente especialista: a la educación y a los maestros y profesores.
En otra dirección de estudio, cuando se busca de los sentidos culturales y la construcción cultural, algunas corrientes teóricas parten de la fenomenología hasta llegar al post-estructuralismo y se exploran los aspectos textual-discursivos en la constitución de la persona, la incorporación de signos en el cuerpo y su constitución a través de la práctica social. Estas corrientes se dirigen a revelar las relaciones entre el cuerpo, las relaciones sociales y las formas culturales. Se entiende el cuerpo no en su sentido biológico, sino como construcción cultural.
En ese proceso de construcción social juega un papel fundamental la relación entorno-sociedad y consiste en el estudio de las relaciones entre el medio natural, la sociedad y la cultura.
Han sido identificadas, en forma esquemática, tres grandes tendencias interpretativas o perspectivas de análisis de esta literatura:
Las perspectivas de los pueblos primitivos sobre sus respectivas maneras de relacionarse con la naturaleza, generalmente enfatizando la estrecha relación interdependiente de la sociedad humana con la naturaleza. Esta perspectiva también puede encontrarse en la conciencia occidental tardía del impacto del desarrollo tecnológico en la sociedad.
La perspectiva occidental que acompaña la transformación e integración del mundo resultante de las innovaciones tecnológicas y de la formación de un mercado mundial, tiende a subrayar que esta sociedad es artífice del progreso y liberadora de las trabas y limitaciones del medio. La gama intermedia de posiciones acerca de la relación entre el medio, la naturaleza y la sociedad, que refleja los tropiezos del pensamiento para precisar esa relación: ejemplo de ello son el determinismo geográfico, la indeterminación del medio sobre la evolución social y cultural, y la ecología cultural.
Existe también una jerarquía en las escalas que han utilizado las ciencias sociales y en particular la antropología social para reflexionar acerca de la relación del medio con la sociedad. Hay una primera escala local, que corresponde al ámbito geográfico e histórico en el que se ha desarrollado una cultura, el ámbito de autonomía política de una sociedad simple. El espacio geográfico de la cultura y la extensión del poder político de una sociedad compleja resulta ser el otro extremo de esta escala para el estudio de esa relación. En la antropología social destacan el área cultural, la región y la nación.
La antropología social combina sus conocimientos adquiridos por el método etnográfico con aquellos que otras disciplinas sociales (como la geografía, la historia, la economía, la sociología, la planificación) adquieren con sus propios instrumentos. Estas colaboraciones transdisciplinarias e interdisciplinarias aportan importantes contribuciones en la comprensión de la relación entre el medio y la sociedad. La etnografía pone énfasis en el estudio de los grupos humanos, muy utilizados por las teorías formales dedicadas al estudio de la transmisión cultural, la aculturación, el cambio cultural y la relación entre cultura y personalidad. Estos son procesos grupales complejos, y el énfasis de la etnografía en el descubrimiento de las creencias compartidas, las prácticas, los artefactos, el conocimiento popular y el comportamiento, destaca los mecanismos que están en la base de dichos procesos.
Los etnógrafos dedicados y muy interesados en desarrollar y aplicar las teorías sobre el cambio educativo, la enseñanza escolar, las relaciones sociales, culturales y la organización de la instrucción, consideran que los usos de los espacios que hace una sociedad son parte constitutiva de la misma. Dichos usos manifiestan las prácticas, los valores, los imaginarios, y las relaciones sociales. El espacio es considerado no sólo como contexto sino como una variable que está en relación con el desarrollo del grupo humano que lo habita. Por medio de las modificaciones en dichos usos podemos analizar el cambio social y cultural.
Las relaciones de parentesco, familiares y las redes sociales constituyen un elemento esencial de la organización social y cultural, así como de la relación individuo-sociedad. Estas relaciones están siendo modificadas por los procesos de globalización y de modernización, por lo cual se pone énfasis en aquellos procesos de cambio, referidos a las nuevas y viejas modalidades de estructuración de las relaciones y de las redes sociales.
Entre las teorías de mayor valía encontramos la de Paulo Freire, el cual establece que la cultura nace de la relación de dependencia, la cual da origen a distintas formas del ser, de pensar, expresarse y de manifestarse en la sociedad. Este autor identifica la existencia de una configuración histórico- cultural, a la cual llama “cultura del silencio”; es una expresión supraestructural que condiciona un tipo especial de conciencia, vista esta desde su totalidad, en donde las culturas pueden ser dominadas. En esta teoría se identifica dos formas de acción cultural que se dan en la sociedad, la primera es, “la acción cultural para la libertad, caracterizada por el diálogo, su objetivo, es la concientización del hombre y la otra, la acción cultural para la dominación y que sirve para domesticar al hombre”[13]. Esta última dominante en las sociedades sometidas al mercado y que encubren la dominación clasista por la hegemonía conquistada.
Se hace necesaria, entonces una teoría social tolerante al multiculturalismo construido de forma participativa e incluyente en relación con los verdaderos actores y sujetos portadores de los problemas locales e interesados en el cambio social, que se distinga del multiculturalismo abstracto, cuyas debilidades se abordan más adelante, en este texto.
Frente a las manifestaciones de viejas y nuevas formas de enajenación social, urge defender desde las posiciones del humanismo[14] la cultura en su carácter emancipador y enriquecedor de la condición humana en tanto proceso de superación de las realidades enajenantes que viven las masas humanas excluidas y fragmentadas por la racionalidad irracional del capital.
Esta posición teórica y práctica asumida por mi no implica el desconocimiento de otras formas de asumir el contenido del proceso cultural real que se expresa en los múltiples usos analizados a continuación.
La cultura, a través del tiempo, ha devenido un concepto polisémico que de acuerdo a algunos críticos ha disminuido su eficacia en la praxis, así hablamos de cultura prealfabeta, cultura adaptadora, área de cultura, base de cultura, centro de cultura, cultura selectora, continuidad de la cultura, promoción de la cultura, evolución de la cultura, pausa universal de cultura, préstamo de cultura, rezago cultural, complejo cultural, cultura rezagada, fecundación de cultura, fusión de culturas, diferencias culturales, aculturación, transculturación, cultura occidental, cultura nacional, cultura de masas, cultura popular, subcultura, política cultural, extensión cultural, funciones de la cultura, incultura y difusión de la cultura.
En ocasiones se considera el término civilización, como sinónimo de desarrollo cultural, abarcando este los renglones políticos, culturales, materiales y socioeconómicos.
La cultura ha sido considerada en la declaración de los Derechos Humanos como un bien común. Se ha elaborado recomendaciones en el foro internacional para medidas legislativas y reglamentarias sobre el acceso a la cultura[15]. Existen múltiples concepciones sobre la cultura, así, lexicológicamente se le considera al término cultura, como el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinar por medio del ejercicio las facultades intelectuales del hombre[16].
Segismundo Freud, en cambio sostiene que la felicidad humana descansa en las necesidades instintivas del hombre, lo que naturalmente era incompartible en una sociedad civilizada. El sacrificio metódico de la libido, su derivación rígidamente sancionada hacia actividades socialmente provechosas, es la cultura. Freud consideraba que la cultura dependerá de la represión del individuo sobre sí mismo y de la sociedad sobre los individuos[17].
En occidente los enfoques predominantes de cultura a mediados del siglo XX fueron los de la antropología social inglesa y el culturalismo norteamericano, divergentes al privilegiar uno u otro elemento del binomio sociedad-cultura. La sociedad, la estructura social son situados en primer plano por la inglesa, mientras que el segundo considera la herencia social como lo primario, en tanto configuración de la totalidad de las conductas aprendidas, donde la estructura social es solo un aspecto más. Este último significado fue el más influyente en México, mesoamérica y el área andina pues un gran número de investigaciones empíricas fueron realizadas por norteamericanos o influenciadas teóricamente por el culturalismo. En este enfoque se llama cultura al sistema integral de patrones o pautas de conducta aprendidos característicos de los miembros de una sociedad. Y tiene como principal defecto el asumir la cultura como algo externo al sujeto y que este hereda y aprende.
Pero tanto, la relación de exclusión entre estos enfoques antropológicos así como la idea de estabilidad de las culturas implícita en ambos, fueron superadas por los acontecimientos cruciales vinculados a la liberación y descolonización de los pueblos-objetos del estudio antropológico en el periodo de la posguerra. Por otro lado, la necesidad de estudiar las numerosas migraciones hacia los E.E.U.U. ocurridas desde inicios del siglo XX, hicieron evidente el hecho de que en las condiciones de coexistencia los sujetos sociales no pierden sus rasgos identitarios automáticamente y surge así el concepto de sociedad multicultural, que se acompaña de cierto relativismo cultural. Este último surge como reconocimiento al derecho de los pueblos e individuos a que sean respetadas sus diferencias culturales e individuales respectivamente, por ser la cultura el ámbito donde los sujetos sociales realizan su personalidad. Este relativismo tiene sus inconsecuencias pues parece más aplicable para proteger modos de vida exóticos que para explicar las diferencias vinculadas a las desigualdades entre las clases sociales en las sociedades actuales.
Es precisamente en el seno de este enfoque antropológico, donde Néstor García Canclini cuestiona al relativismo, según el cual cada sociedad tiene derecho a desenvolverse en forma autónoma, sin que haya teoría de lo humano de alcance universal que pueda imponerse a otra, argumentando cualquier tipo de superioridad. El relativismo cultural sin embargo, para este autor, deja pendientes problemas básicos de una teoría de la cultura, es decir, falta el criterio que ayude a resolver los conflictos y desigualdades interculturales.
” El relativismo cultural naufraga, finalmente, por apoyarse en una concepción atomizada y cándida del poder: imagina a cada cultura existiendo sin saber nada de las otras, como si el mundo fuera un vasto museo de economías de autosubsistencia, cada una en su vitrina, imperturbable ante la proximidad de las demás, repitiendo invariablemente sus código, sus relaciones internas. La escasa utilidad del relativismo cultural se evidencia en que suscitó una nueva actitud hacia culturas remotas, pero no influye cuando los primitivos son los sectores atrasados de la propia sociedad, las costumbres y creencias que sentimos extrañas en los suburbios de nuestra sociedad”[18].
Por lo anterior se hace necesario sustituir la propuesta relativista, justificada en la posguerra como crítica a los excesos del nazismo totalitario, por formas pluralistas interculturales más acordes con las realidades actuales
“La necesidad de construir un saber válido interculturalmente se vuelve más imperiosa en una época en que las culturas y las sociedades se confrontan todo el tiempo en los intercambios económicos y comunicacionales, las migraciones y el turismo. Precisamos desarrollar políticas ciudadanas que se basen en una ética transcultural, sostenida por un saber que combine el reconocimiento de diferentes estilos sociales con reglas racionales de convivencia multiétnica y supranacional”[19].
Este autor considera que en los estudios culturales norteamericanos y latinoamericanos en general de la última década del siglo XX podemos establecer diferencias como son: los modos de concebir la multiculturalidad en dependencia de los lugares de referencia o los puntos de vista de los investigadores. , y señala que “pensadores nacionalistas, marxistas y otros asociados a la teoría de la dependencia plantearon objeciones semejantes a las teorías sociales y culturales metropolitanas y utilizaron creativamente, desde la década del sesenta, las obras de Gramsci y Fanon, en los últimos años los cultural studies estadounidenses –y algunos latinoamericanistas– proponen como novedades sin ninguna referencia a las reelaboraciones hechas en América Latina de tales autores, con objetivos análogos[20]. Se trata del reencuentro con los textos de Gramsci que tiene lugar en América Latina condicionado, por las búsquedas de los caminos alternativos al neoliberalismo y hacia el socialismo del siglo XXI.
Por su parte Antonio Sánchez García, asevera que “un concepto marxista de cultura, deberá permitirnos comprender la interpenetración permanente, entre la producción material de la vida social y el conjunto de relaciones sociales, mediatizadas por el lenguaje, los usos, las creencias, etc. que se desarrollan sobre el modo de producción, conformando así una totalidad compleja, que define y articula la acción consciente e inconsciente del conjunto de los miembros de una sociedad. La cual comporta momentos necesarios para un desarrollo superior, así como impedimentos objetivos para el cumplimiento de ese desarrollo, en suma, es esa totalidad dialéctica, la que puede recibir la denominación de cultura”[21]. Es esta una interpretación actual de la concepción gramsciana de cultura.
En general, el concepto de “cultura” ha sido estudiado en sus acepciones particulares, las cuales expresan sus diferentes significados desde la óptica de las necesidades y elaboraciones de cada disciplina específica. Raymond Williams[22] las clasifica como la acepción estética, sociológica y la antropológica. En su acepción humanista o estética sirve para designar “los trabajos y la práctica de actividades intelectuales y específicamente artísticas, como en cultura musical, literatura, pintura y escultura y demás manifestaciones artísticas. Este significado se acerca mucho al concepto cotidiano popular.
La cultura, así entendida nos remite a una concepción humanista del hombre, definida como el desarrollo particular de ciertas expresiones de la actividad humana consideradas como superiores a otras; se dirá así de un individuo que tiene cultura cuando se trata de designar a una persona que ha desarrollado sus facultades intelectuales y su nivel de instrucción. En este sentido la noción de cultura se refleja un contenido espiritual y en analogía con el significado originario de cultivo. Aplicado al espíritu, éste término define tanto una “cabeza bien hecha” como una “cabeza bien llena”. En un segundo nivel, la cultura engloba la idea de “refinamiento”; se dirá de un hombre que está cultivado si posee buenos modales signos de una cultura del espíritu. En este plano, la cultura integra un saber que traduce la buena socialización de un individuo[23].
De acuerdo por lo planteado por Fischer, podemos considerar que la cultura es una manifestación del sentimiento humano, no es necesariamente traducible, más bien se dirige hacia el sentimiento de cada persona, de acuerdo al momento, circunstancia y estado emocional del individuo y la forma en que se manifiesta dicha disciplina. Puede resumirse como la acumulación de conocimientos que integran el saber humano.
En su acepción antropológica, este término indica una forma particular de vida, de gente, de un período, o de un grupo humano. Expresando lo que podríamos llamar el concepto antropológico de cultura; más ligado a la apreciación y análisis de valoraciones, costumbres, estilo de vida, formas materiales y organización social. Se podría decir que a diferencia del concepto sociológico, aprecia el presente mirando hacia el pasado y nos permite apreciar variedades de culturas particulares; como cultura del poblador, del campesino, cultura de crianza, de la mujer joven, cultura universitaria, cultura empresarial u organizacional. Esta concepción antropológica de la cultura señala, su vínculo hombre – contexto social.
En la acepción sociológica, el concepto de cultura aparece para describir procesos de desarrollo intelectual, espiritual y estéticos de los seres humanos en general, de un pueblo o país. En general se usa el concepto de cultura en su acepción sociológica, cuando el hablante se refiere a la suma de conocimientos compartidos por una sociedad y que utiliza en forma práctica o guarda en la mente de sus intelectuales. Es decir, al total de conocimientos que posee acerca del mundo o del universo, incluyendo todas las artes, las ciencias socio-técnicas, las ciencias sociales y humanísticas (economía, psicología, antropología, etc.) y filosofía. Esta acepción es más utilizada por los políticos al referirse a la elevación de la cultura de los pueblos.
El concepto sociológico de cultura centra la atención en la apreciación del presente pensando en el desarrollo o progreso futuro de la sociedad para alcanzar aquello que llamamos la cultura universal.
Independientemente de que el término es usado por las ciencias y las humanidades, de manera creciente, sólo a partir del siglo XIX, este acumula ya una gran diversidad de definiciones en la primera mitad del siglo XX. A. L. Kroeber y Clyde Kluchhohn, tras examinar unas quinientas definiciones, ofrecieron la siguiente como síntesis:
«Pautas implícitas y explícitas de y para la conducta, adquiridas y transmitidas mediante símbolos exclusivos del grupo humano y que incluyen su materialización en forma de utensilios, aunque el núcleo principal de las mismas son las ideas tradicionales (es decir, obtenidas y seleccionadas históricamente) y los valores que implican. Los sistemas culturales son, por un lado, productos de la acción humana y, por otro lado, elementos condicionadores de acciones humanas futuras».[24]
La cultura es la expresión de la realidad, de su pasado, presente y futuro en todas sus manifestaciones y que está condicionada por el contexto histórico de cada país.
Los estudios antropológicos posteriores condujeron a enfatizar el carácter subjetivo de la cultura, siendo definida como aquello que el ser humano debe creer, saber para adaptarse y convivir con los demás de acuerdo con las normas de los demás. Queda así trasladada la cultura al interior de la mente, interpretando a la cultura más bien como la construcción o representación simbólica aprendida por los individuos, y se convierte así en un objeto solo dable por el método etnográfico. Esta posición teórica ha sido impugnada como psicologista por no apoyarse en un correlato estadístico.
Existen enfoques que intentan incorporar lo interno y lo externo de la cultura en su integración, como el que sigue: “la cultura es entendida como un proceso de significación comunicativa, objetiva y subjetiva, entre los procesos mentales que crean los significados, y un medio ambiente o contexto significativo y a la vez significante. Es decir, como producto del comportamiento humano y de la vida social situados en un ambiente de tiempo, espacio y productividad material e intelectual[25].
La importancia que tiene esta forma de definir la cultura radica es que permite abordarla como el proceso mediante el cual los seres humanos crean y recrean los significados y sentidos compartidos que se necesitan para entablar relaciones con otras personas. Naturalmente sólo pueden establecer una auténtica red de relaciones aquellas personas que comparten los mismos significados respecto de las cosas y actividades que les son comunes y al hacerlo forman una sociedad.
Las conceptualizaciones y definiciones anteriormente planteadas demuestran que la cultura está estrechamente relacionada con el desarrollo humano y el contexto social donde tiene lugar la producción del individuo como sujeto social.
En resumen, de este recorrido que no agota toda la riqueza de acepciones, dimensiones y niveles de la cultura se puede asumir que en las obras de destacados investigadores actuales[26] de la temática, en el área antropológica e histórica es más fuerte la tendencia a usar determinados conceptos al abordar las problemáticas que el interés por dar definiciones acabadas. Algunas de estos contenidos utilizados en los estudios actuales de cultura son:
El sistema cognitivo-valorativo sobre el que se funda el sentido (significado y valor) que las acciones tienen para los sujetos interactuantes, así como los sistemas simbólicos que ellos utilizan para expresar el sentido.
La producción de sentido, vinculada a estructura materiales que son reelaboradas simbólicamente por la primera de manera especial. El conjunto de respuestas – resultados del proceso histórico. Un proceso social de identificación, de definición de una identidad social frente a otras, que cambia vinculada a las variaciones de aquellas en espacio y tiempo. Contribuye a la reproducción, comprensión y transformación de los sistemas sociales Cuando se toman en cuenta la dimensión de dominación-poder entonces se apela a la hegemonía. Un marcado énfasis en el carácter clasista de las respuestas y sistemas de valores derivados de los intereses de clase condicionantes de modos de actuar y ver el mundo en dependencia a la posición de clases.[27]
Estos enfoques han permitido explorar distintas vertientes interpretativas del accionar de los sujetos de cultura que generalmente se encuentran en un contexto determinado, así como elaborar modelos para la reorientación de las identidades culturales.
Estas concepciones, si bien son útiles por los conocimientos que aportan, en mi criterio, tienen limitaciones a la vez, pues no logran una aproximación integradora al fenómeno. Por supuesto, no desconocemos las dificultades que acarrea una teoría de la cultura[28], capaz de develar en su máxima expresión y amplitud sus innumerables aristas y calidades, en tanto ser esencial del hombre y medida de ascensión humana[29].
Por último, es conveniente analizar brevemente los algunos de los aportes del pensamiento latinoamericano de emancipación en la búsqueda del ser de nuestros pueblos y su identidad en tanto tal. Así encontramos en el siglo XIX latinoamericano toda una pléyade de pensadores, particularmente José Martí, Simón Bolívar, Simón Rodríguez, José Enrique Rodó, entre otros. Ellos hicieron grandes aportaciones teóricas a la comprensión de la cultura como emancipación humana y fundamentaron la realización del sujeto como hombre y como pueblo. El ensayo “Nuestra América”, de José Martí, es en sí mismo un manifiesto filosófico cultural de identidad, que exige partir de la raíces con vocación ecuménica. En pleno siglo XX esta temática humanista, con preocupaciones propias por la existencia y reconocimiento de nuestra cultura se ha vinculado a la lucha por superar la asunción de culturas exógenas, en calidad de referentes universales absolutos, ha sido abordado en la obra de Leopoldo Zea, Pablo González Casanova y en gran parte de la filosofía de la liberación.
Es abundante el tratamiento filosófico de la cultura en nuestra región, a partir del hombre y su actividad[30]. Debe destacarse la obra del cubano Fernando Ortiz y su elaboración del concepto transculturación por sus implicaciones teórico-metodológicas.
Este sentido humanista real de asumir la cultura resulta enriquecedor porque vehicula alcances integradores funcionales concretos. Autores como Fernández Retamar han resaltado que la cultura es el rostro coherente, unitario, de una sociedad y destaca el carácter concreto de la cultura vinculado a su condición humana[31].
Esta sintética definición capta en su esencia la determinación de la cultura como totalidad funcional que caracteriza el alma del hombre y la nación, su ser existencial.
Interesantes también las observaciones de Lezama Lima acerca de la relación de la vida con la cultura:” Sabemos que cualquier dualismo que nos lleve a poner la vida por encima de la cultura o los valores de la cultura privada de oxígeno vital, es ridículamente nocivo, y sólo es posible la alusión a ése en etapas de decadencia .En épocas de plenitud, la cultura, dentro de la tradición humanista, actúa con todos sus sentidos, tentando, e incorporando al mundo su propia sustancia. Cuando la vida tiene primacía sobre la cultura, dualismo sólo permitido por ingenuos o mal entendidos, es que se tiene de ésta un concepto decorativo. Cuando la cultura actúa desvinculada de sus raíces es pobre cosa torcida y maloliente. En estas cosas no hay primero, no hay después. Que siendo ambas, vida y cultura, una sola y misma cosa, no hay por qué separarlas y hablar de ridículas primacías[32]. Esta es una aprehensión holística de la cultura.
Juan Marinello tampoco separa la cultura de la vida. Sus obras “Meditación americana”[33] y “Martí, escritor americano”, constituyen un abordaje creador de la herencia Martiana y convierten la cultura en un baluarte de resistencia por la humanidad del hombre y del pueblo, para ello es necesario entender las señales de los tiempos y fundir la invención en el seno poderoso del pueblo, para salvar, con su humanidad, la misión creadora[34].
Se trata de una concepción de la cultura como ser esencial humano, irreducible a alguno de sus aspectos, al conocimiento, a la ilustración, a los valores. Es sencillamente concebida como el mismo ser humano producido por su acción. No se separa la cultura del hombre, de la vida misma.
La búsqueda de la autenticidad cultural latinoamericana, en Alejo Carpentier es una constante en toda su obra, enriquecida con su descubrimiento de lo real maravilloso: “una realidad en la que siempre existen simultáneamente el pasado, el presente y el futuro; una cultura de la humanidad cuya grandeza se manifiesta en su infinita variedad, en la coexistencia renovadora y enriquecedora de numerosas culturas independientes; una historia en la que siempre debe haber lugar para el mito y la maravilla, para todo lo que nos ayude a dar sentido al presente y abrirnos paso hacia el futuro, hacia lo desconocido”[35].
La concepción de la cultura como ser esencial humano, estrechamente vinculada a la existencia de nuestras naciones, a su identidad ha encontrado recepción en muchos pensadores de nuestra región. La cultura se ha concebido como sistema que excluye toda reducción a las bellas artes, a la erudición, al conocimiento o a la llamada cultura artístico – literaria. Se le ha considerado como base sustentadora de la existencia de los pueblos, como obra humana donde la propia política, la ética, la estética, etc. son zonas de la cultura en el crisol nacional para la emancipación, como afirma Mariátegui – el proyecto revolucionario socialista no se reduce a la política. Es más amplio en su alcance y propósito social. Lo político en el Amauta, se concibe, consustancial a lo cultural, como una zona relevante de la cultura. Esta concepción, por supuesto, sirve de pivote a su marxismo creador “hacer que lo nuestro sea nuestro, luchar para que el Perú vuelva sobre sí mismo y supere su secular enajenación, planteada por la conquista y afianzada y ampliada por la colonia y aún por la vida republicana”[36].
En esta misma dirección es importante enriquecer las concepciones anteriormente analizadas mediante el paradigma de la complejidad para continuar aproximándonos a la cultura como totalidad estructurada y estructurante. En su obra Los siete saberes necesarios a la educación del futuro, Edgar Morín al abordar diversidad cultural define el contenido de la cultura así: “conjunto de saberes, saber-hacer, reglas, normas, interdicciones, estrategias, creencias, ideas, valores, mitos, que se trasmiten de generación en generación, se reproduce en cada individuo, controla la existencia de la sociedad y mantiene la complejidad sicológica y social. No hay sociedad humana, arcaica o moderna que no tenga cultura, pero cada cultura es singular. Así, siempre hay la cultura en las culturas, pero la cultura no existe sino a través de las culturas”[37].
Esta aproximación a la compleja naturaleza de cultura tiene la ventaja de expresar su naturaleza contradictoria como totalidad estructurante de identidades en tanto proceso dinámico donde se combinan la unidad y la diversidad.
Referencias:
[1] Enciclopedia Sopena. Tomo 1. Ramón Sopena, Editorial Barcelona, España, 1930, p 736.
[2] Ver de Pupo, R. La actividad como categoría filosófica. Editorial de Ciencia Sociales, La Habana 1990.
[3] Abbagnano. Obra Cit. p. 272.
[4] Ibídem, pp. 272-273.
[5] Stocking, G.”Franz Boas y el concepto de cultura en la perspectiva histórica”, en Raza, cultura y evolución. Editorial Prensa Libre, 1968.Pág.:114.
[6] E. Morin considera que los paradigmas juegan un rol, a la vez, subterráneo y soberano en cualquier teoría, ideología o doctrina. El paradigma es inconsciente pero irriga el pensamiento consciente, lo controla. Este autor considera, aún en nuestros días, ausente en la cultura científica el paradigma complejo de implicación/distinción/conjunción en el análisis de totalidades como la cultura.
[7] Marx, C. Prólogo de la contribución a la crítica de la economía política. Marx y Engels Obras escogidas en tres tomos.
[8] Acanda, J. L. Sociedad civil y hegemonía. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana “Juan Marinello”, La Habana, 2002. Pag: 294.
[9] Gramsci, A. Antología. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1973. Pag.:15.
[10] Ibidem.pag. 973.
[11] Ver de Pupo, R. Aprehensión Martiana en Juan Marinello. Edit. Academia, La Habana, 1998. El autor descubre una concepción semejante en José Martí, a partir de la interpretación de Juan Marinello.
[12] Savranski, I. La Cultura y sus funciones. Edit. Progreso, Moscú, 1992, p.74.
[13] Paulo Freire, Acción Cultural para la Libertad, Edit. Tierra Nueva, Buenos Aires, Argentina, 1975. pág.90.
[14] “El humanismo no constituye una corriente filosófica o cultural homogénea. En verdad se caracteriza en lo fundamental por propuestas que sitúan al hombre como valor principal en todo lo existente y partir de esa consideración, subordina toda actividad a propiciarle mejores condiciones de vida material y espiritual, de manera tal que pueda desplegar sus potencialidades siempre limitadas históricamente. La toma de conciencia de estas limitaciones no se constituyen en obstáculo insalvable, sino en pivote que moviliza los elementos para que el hombre siempre sea concebido como fin y nunca como medio. Sus propuestas están dirigidas a reafirmar al hombre en el mundo, a ofrecerle mayores grados de libertad y a debilitar todas las fuerzas que de algún modo puedan alienarlo” tomado de Guadarrama, P. Cultura y educación en tiempos de globalización posmoderna, Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá.D.C. , Colombia, 2006, pág.:28.(versión digital)
[15] Consejo Nacional Técnico de la Educación. SEP Educación, 1977, pág. 46.
[16] Bejar Navarro, R. 1979, Cultura Nacional, Cultura Popular y Extensión Universitaria pág 8.
[17] Freud, S. Introducción al psicoanálisis. Alianza editorial, España, 1982.pag:331.
[18] García Canclini, N. "El malestar en los estudios culturales", Fractal n° 6, julio-septiembre, 1997, año 2, volumen II, Pág.: 49.
[19] Ibidem, Pág.: 52.
[20] Ibidem, Pág.: 55.
[21] Ibídem. p:92.
[22] Williams, R. Marxismo y literatura. Editorial Península, Barcelona, 1980, pág.:104.
[23] Austin Millán, T. R. , Fundamentos Sociales y culturales de la Educación, Editorial, Universidad Arturo Prat, Sede Victoria, Chile. 2000, pág. 2.
[24] Cortés, J. y A. Martínez Riu. Diccionario de filosofía en CD-ROM: autores, conceptos, textos. (3ª edición). ISBN 84-254-1991-3. Copyright Empresa Editorial Herder S.A. Barcelona, 1996.
[25] Ibídem.
[26] Durham, E. Cultura e ideologias. FCE, 1987. Thompson, E. P. Folklore, antropología e historia social, en revista Entrepasados, no.2, Buenos Aires, 1992.
García Canclini, N. Las culturas populares en el capitalismo. Editorial Nueva Imagen Pública, México, 1985.Cultura y sociedad: una introducción. Secretaría de Educación Pública, México, 1985. La globalización imaginada, Edit. Paidós, México, 1999. Latinoamericanos buscando lugar en este siglo, Paidós, Buenos Aires, 2002.
[27] Ver Neufeld, M.R. Crisis y vigencia de un concepto: la cultura en la óptica de la antropología, en Sociología de la cultura. Tomo I, Primera parte. Editorial Félix Varela, 2006.
[28] La tarea de crear una teoría general de la cultura no es nada fácil, sobre todo si se tiene en cuenta que su objeto es un fenómeno muy peculiar. La cultura además de ser extraordinariamente compleja y polifacética, también parece estar vertida por todo el cuerpo del organismo social, penetrando interiormente en todos sus pasos. En primer lugar, es en virtud de tal carácter universalizado y omnipresente de la cultura que la creación de una teoría generalizadora que la misma afronta dificultades bastantes considerables, en E. Markarián. El lugar y el papel de la cultura en la ciencia social contemporánea. “Cuestiones de filosofía”, 1970, No. 5, pág. 102.
[29] Guadarrama P. Cultura y educación en tiempos de globalización posmoderna, Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá.D.C. , Colombia, 2006 (versión digital).
[30] En esta dirección debe señalarse la obra de Pupo, R. La actividad como categoría filosófica. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1990. que con toda razón la Dra. Thalía Fung en su prólogo escribe que el autor introduce análisis en torno a la actividad humana, inéditos en nuestra lengua. Esta obra del Dr. Pupo, elabora fundamentos para una comprensión integral de la cultura. Igualmente sucede con del propio autor “Aprehensión Martiana en Juan Marinello” donde la cultura en su visión filosófica ocupa un lugar central. Los estudios filosóficos de Pablo Guadarrama, además de destacar lo general y lo particular en la cultura, cualifica a ésta en sus atributos humanos por excelencia.
[31] Fernández Retamar, R. en Caliban ante la globalización, foro debate virtual, auspiciado por la Casa de Las Américas, celebrado el 14 de octubre de 2007,http://embacu.cubaminrex.cu/foros/
[32] Lezama Lima, J. Imagen y posibilidad. Edit. Letras Cubanas, La Habana, 1992, pág. 6.
[33] Marinello, J. Meditación Americana. Ediciones Procyón, Buenos Aires, Argentina, 1959.
[34] Ibidem.
[35] Coloquio sobre Alejo Carpentier. Ediciones Unión, La Habana, 1985, pág. 150.
[36] Mariátegui, J.A. La tradición nacional. En Peruanicemos al Perú. Vol. 11. Empresa Editora Amauta, Lima, Perú, 1986 pp.167-170.
[37] Morin, E. Los siete saberes necesarios a la educación del futuro, UNESCO, 1999.Pág.:26.
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